El mirador
R. González-Regalado
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
A finales de los años 60, un miembro del Parlamento Británico cuyo hermano había participado como voluntario en nuestra Guerra Civil, me comunicó quizá con mejor intención que sabiduría diplomática: “Hay que ver cómo ha progresado España últimamente, hasta creo que están ustedes recuperando su orgullo”.
-No recuerdo que lo hayamos perdido nunca-, fue mi respuesta.
Le expliqué que somos perfectamente capaces de exterminarnos entre nosotros sin por eso dejar de ser españoles a cada lado de la trinchera, pero de perder el orgullo, nada de nada. Ha pasado el tiempo y los británicos siguen cantando su himno nacional, en el que desean toda suerte de parabienes a su monarca, incluyendo larga vida, felicidad y victorias de todo tipo. Los franceses cantan su Marsellesa, un bellísimo himno de origen revolucionario en el que se animan a caminar porque ha llegado el día de gloria, y hay que ver lo bien que lo cantan. Los alemanes insisten desde hace años en que su país tiene que estar por encima de todos los del mundo y se quedan tan felices.
Permanecemos mudos
Nosotros, hoy en día permanecemos mudos porque al parecer no tenemos letra que cantar. Es una ‘afasia’ curiosa en un país con varios premios Nobel de literatura y una larguísima lista de poetas a cada cual mejor. Uno se pregunta qué subyace detrás de esta dificultad para expresar verbalmente lo que sentimos por nuestra patria.
Desgraciadamente, es probable que lo que enmudece a nuestros vates es el miedo, por no decir pánico, de que la letra no sólo no guste a todos, sino que muchos integrantes del suelo patrio no la querrían cantar.