Tema de la semana

De San Lorenzo a Roma: beatifican a 53 agustinos ejecutados en 1936

DE LOS 106 religiosos del monasterio murieron 63, la mayor parte de ellos beatificados ahora junto a otros 445 mártires
ENRIQUE PEÑAS | Miércoles 22 de octubre de 2014
San Lorenzo de El Escorial, 18 de julio de 1936. Ésa es la fecha, la del inicio de la Guerra Civil, que marca el comienzo de una historia que acabó para algunos de sus protagonistas el pasado domingo, 28 de octubre, en el Vaticano, cuando fueron beatificados 498 mártires españoles del siglo XX, entre ellos 98 agustinos que salieron en su gran mayoría del Monasterio, incluyendo 14 profesores del Real Centro Universitario María Cristina.

El inicio de la contienda dejó al Real Sitio en zona republicana, de modo que ya el 20 de julio se comunicó al prior la orden de salida, si bien éste consiguió una prórroga ante el alcalde sanlorentino. Prórroga que duró apenas unos días, ya que el 28 se clausuró la Basílica y el 5 de agosto la comunidad agustiniana recibió la orden definitiva para abandonar el recinto.

A partir de este momento se abre un proceso que no se prolongó mucho, apenas cuatro meses, y que terminó con la muerte de 63 de los 106 religiosos del Monasterio, quienes a principios de agosto habían sido trasladados en tres autobuses a la Dirección General de Seguridad, desde donde fueron conducidos de manera casi inmediata a la cárcel de San Antón, ubicada en el colegio de las Escuelas Pías de Hortaleza. Parece que las primeras semanas pasaron con cierta normalidad, pero el avance de las tropas de Franco hizo que la situación se recrudeciese en todos los sentidos. Con ello, se aceleraron las evacuaciones y los juicios sumarísimos: ante tribunales populares, con listas que al parecer habían sido previamente confeccionadas y con condenas a lo que se denominó “libertad d.” (libertad definitiva, un eufemismo para hacer referencia a la muerte). Entre los sentenciados en noviembre se encontraban 63 agustinos del Real Sitio, que fueron ejecutados en las madrugadas de Paracuellos del Jarama los días 28 y 30 de ese mismo mes. De ellos, 53 fueron beatificados el pasado domingo en Roma en una solemne ceremonia que contó con la presencia de una delegación de San Lorenzo, encabezada por el alcalde, José Luis Fernández Quejo.

Entre los mártires estaban algunos nombres como Julián Zarco, arabista y catedrático de la Central; el padre Gerardo Gil (bien conocido en la localidad por su proyecto de las “casas baratas” para obreros); Melchor Martínez Antuña, miembro de la Academia de Historia y bibliotecario del Monasterio; o Avelino Rodríguez Alonso, prior provincial de los agustinos en el momento de su detención. Éste último murió después de haber reclamado que le fusilaran en último lugar para dar el sacramento de la extremaunción a sus compañeros. Sus últimas palabras fueron: “Muero por católico y por fraile. Os perdono”.

Como decíamos, entre los ejecutados había 14 religiosos de la Universidad María Cristina, ocho de ellos profesores de Derecho y el resto de otras materias. La mayoría vivían en la madrileña calle Princesa, donde se encontraba la Residencia Católica de Estudios Superiores, ya que desde junio de 1933 se había prohibido la enseñanza a las órdenes religiosas, disposiciones que habían obligado al cierre del Real Colegio Alfonso XII y del propio centro universitario, si bien más tarde, con una interpretación más flexible de la ley, se continuaron impartiendo las clases bajo titularidad laica.

El cura salvado por Azaña
Por otra parte, y más allá del proceso de beatificación, la historia se podría completar con algún episodio paralelo, como el protagonizado por el presidente de la Segunda República, Manuel Azaña, que se cuenta entre los ilustres alumnos de los agustinos (su estancia en San Lorenzo de El Escorial quedó plasmada en el libro El Jardín de los Frailes), y de hecho recibió clases de alguno de los ejecutados. También del padre Isidoro Martín, el otro protagonista de este episodio, que se libró de la muerte gracias a que en la cartera le encontraron una carta con la firma del propio Azaña. “En la cárcel no me molestaron más”, escribiría después el religioso, mientras que el propio presidente de la República reconocía por otra parte que nunca fue santo de su devoción: “No recuerdo si le miento o le aludo en El Jardín de los Frailes. Nunca me fue simpático. A menudo ampuloso, aguileño, un poco taimado y con pretensiones de rapaz. Le di mucha guerra”.

El texto está rescatado de un artículo firmado por Alfredo Semprún el pasado 21 de octubre en La Razón, en donde aborda con detalle esta historia que concluyó de manera parecida a la de otro estudiante de la Universidad María Cristina, el falangista Rafael Sánchez Mazas. El padre Isidoro Martín escribió a Azaña, mostrándole su apoyo cuando éste estaba encarcelado: “Me escribió, caso extraordinario, en la misma ocasión en que muchas personas a quienes yo había encumbrado, haciéndolas ministros, embajadores, etc., se olvidaban de escribirme para no comprometerse. Mis respuestas, que conservaba, le han salvado la vida, según dice. Hace pocos días recibí una carta suya, desde Madrid, en la que invocaba los tiempos antiguos para solicitar mi protección”. Ésta llegó en forma de salvoconducto para salir a Francia, curiosamente el mismo destino que tendría Azaña poco después en el exilio.

El religioso llegó a Bayona, donde estuvo unos meses, para luego pasar de nuevo a la zona dominada por Franco, regresando a Madrid en 1939 para hacerse cargo del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ya que era uno de los pocos agustinos de la provincia que había quedado con vida tras la Guerra Civil. Él, al contrario que sus compañeros, sobrevivió, pero de alguna manera su historia también forma parte de la de los recién beatificados en Roma.