El mirador
J.González
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Me confieso un lector de periódicos un tanto atípico, en el sentido de que huyo de los grandes titulares y de las noticias rimbombantes para refugiarme en los pequeños detalles que no abundan todos los días. Algo así como la letra pequeña de los libros de texto. Uno de estos días, una noticia me hizo sonreír, cuestión de agradecer en un mundo crispado en el que no abundan motivos para el solaz y la diversión.
Un periódico comentaba la orden de un jefe administrativo en Brasil, mediante la que prohibía a sus subordinados el uso del gerundio. Estarán ustedes conmigo en que la noticia tiene cierto atisbo de gracia. El gerundio, al menos en español, tiene un cierto matiz peyorativo y pienso que induce al aburrimiento del lector. Tres cuartas parte de mi vida, así en números redondos, las he dedicado a la lectura de la prosa jurídica y de las sentencias de los tribunales, en las que el resultando y el considerando constituyen una especie de rutina consagrada, que produce al lector una invitación a la somnolencia y al abandono de la lectura, cuestión grave en un país en el que no se lee precisamente nada.
Herrera Oria, allá por los años 30, era el director de El Debate, periódico de gran fama y altura literaria. Decía a alguno de sus periodistas cuando le encargaba un artículo: “Tiene una hora para hacerlo y le permito tres gerundios”, con lo cual demostraba su rechazo a esta forma verbal. Yo tengo muy vagas nociones sobre la lengua portuguesa y no sé cómo considera el gerundio, aunque intuyo que no favorablemente. De todas maneras, gerundios incluidos, pienso que el mundo no está para estas sutilezas y que las administraciones tienen otros cometidos. Además, toda prohibición, sea del signo que sea, nos coge un poco a contrapelo; las normas, incluso las gramaticales, deben sugerirse y nunca imponerse. Prohibido prohibir, en una palabra.