Opinión

Política social preelectoral

Tribuna

J. Vilas

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Paradójicamente, el Gobierno de Rodríguez Zapatero, un desastre difícilmente igualable, ha conseguido la hegemonía (en el sentido gramsciano) ideológica. La unidad de la nación está gravemente comprometida por las posiciones y actitudes del presidente. La misma unidad del Estado y la naturaleza del régimen están en peligro. la Constitución no tiene más vigencia que el Fuero Juzgo. La paz civil, en cuanto a las minorías politizadas, está rota. El Gobierno es blando con los levantiscos y duro con las personas decentes. Pero, eso sí, hace mucha política social. Socialismo genuino: gigantescas montañas burocráticas pariendo minúsculas prestaciones. A propósito de la cuestión nacional (y ciertamente no es cuestión menor) socialistas y populares se enfrentan abiertamente. Pero en cuando a la política social, los peperos están encandilados. El socialismo blanco no ha de desmerecer del socialismo rojo, morado o verde.

Lo cual, como miembro del colectivo acreedor de protección específica, el de los jubilados, me siento abrumado por los desvelos de los políticos. Terencios modernos a los que nada humano es ajeno. Pero desde su exagerada solicitud, empiezo a dudar que estos zascandiles tengan algún parentesco con el clásico. No muy versados en las ciencias humanas y menos en las divinas, parecen entender la célebre cita como “nada humano ha de escapar de mi arbitrio”, ya sea la conciencia, el patrimonio o los simples gustos de quienes, más por fuerza que de agrado, los alimentamos. Tal sensación se ha visto reforzada por un titular del diario El País: “El Partido Popular propone que los jubilados permuten su casa por una más pequeña”. Cáspita, digo finamente para que nadie se moleste, si el partido neoliberal y del capitalismo “salvaje”, según la ciencia social y la propaganda dominante, propone eso, que harán las huestes zapatéticas y aliadas. ¿Confinarnos coercitivamente en asilos, como sardinas en lata, pues somos muchos los jubilados y pocas las habitaciones de esos establecimientos?.

Dominando mi terror, me adentro expectante en la información. Resulta que el portavoz para cuestiones de vivienda del PP en el Congreso anunció un programa para que discapacitados y mayores de 65 años puedan permutar sus viviendas por otras más pequeñas o más adaptadas a sus necesidades. Del contexto se desprende que la acogida a este benéfico programa será voluntaria. Pero no me consuela. Me decepciona todavía más. Ni siquiera tendré oportunidad de hacer, en mi nuevo domicilio, amistades seniles con gentes ilustres y ricas (la duquesa de Alba, la baronesa Van Thyssen), pues sin duda estas gentes se obstinarán en seguir viviendo en sus enormes residencias.

Sin duda, hay ancianos que podrían cambiar su casa por otra más pequeña, pero mejor adaptada a sus necesidades. Pero la decisión ha de ser competencia de los afectados; no del Gobierno. No hay ninguna evidencia de que los ancianos sean más tontos que los políticos (sería casi milagroso), y menos todavía de que no conozcan mejor lo que les conviene que los gobernantes. Suplantar las decisiones de una persona capaz es inmoral. E invadir el ámbito del derecho de propiedad y el de la libertad de mercado es malo para todos, más pronto que tarde, salvo para la casta burocrática y sus propagandistas.

Naturalmente, la cosa se extiende a los restantes colectivos “desprotegidos”: jóvenes, familias numerosas, familias necesitadas... Nadie quedará sin su porción de maná estatal. Recemos para que sea gustoso, pues como sabe el lector de la Biblia, en algunos de sus libros se presenta como manjar sabrosísimo mientras en otros apenas es un pasto bastante ruin.