Julio García, sentado a la derecha, con Germán Ramos, José Díaz Léndez y Rafael Carreras (Foto: CEDIDA)
El barómetro
JAIME FRESNO | Miércoles 22 de octubre de 2014
La muerte de Julio García Santos a los 82 años, los últimos golpeados por una grave enfermedad, supone la pérdida no sólo de uno de los artífices de la unión entre los equipos del Pueblo y la Estación y de la fundación, allá por 1945, del mítico Avance, sino también la desaparición de una vida más consagrada al fútbol y, por supuesto, de una referencia social en la ciudad, mayormente en el casco viejo villalbino. Una cruel enfermedad circulatoria le tenía postrado en una silla de ruedas, pero ni siquiera eso le impidió seguir los flirteos de su Villalba con el descenso a finales de la pasada temporada. Fue allí donde le vi por última vez, conservando su peculiar capacidad de analizar el partido, pidiendo más raza a los jugadores, mostrando ese carácter a caballo entre la afabilidad y la rudeza, tan difícil de lidiar si se es novato, y convirtiendo la silla de ruedas en adorno, que no en herramienta esencial. Conservaba pues el carácter intacto, el tono seguro y la vitalidad necesaria para recordar algún episodio de los tiempos en que era presidente, o directivo en la época de José Díaz Léndez, la del primer e histórico ascenso a Tercera, en medio de dificultades hoy inconcebibles. Julio hizo de todo, desde llevar la taquilla o poner las planchas de hierro del antiguo marcador, hasta ser la cabeza visible del club. Hizo eso y más, en los tiempos más duros, cuando el baloncesto reducía el fútbol a la nada, cuando sacar un duro suponía la supervivencia. No es tan descabellado afirmar que sin él el Villalba habría desaparecido en los duros años 80.
Sólo la enfermedad pudo apartarle del fútbol. Su desaparición, como la de Germán Ramos, otro inolvidable personaje del fútbol villalbino, supone otra vuelta de tuerca más en el final de una estirpe irremplazable: la de los directivos artesanales, con mono de trabajo y sin corbata.