Opinión

Hermosuras

Víctor Corcoba Herrero

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El verano puede ser un tiempo propicio para adentrarse en el mundo espiritual de la poesía, en los espejos de la hermosura, tantas veces rotos por las manos del hombre y misteriosamente retoñados por la fuerza de la naturaleza.

Sin ánimo de caer en un optimismo hiperbólico, bajo la creencia de que todo es hermoso, puesto que lo vulgar y repelente te asalta en cualquier esquina rajándote el alma, seguro que será saludable guardar reposo donde reposa la hermosura.

Lo cierto es que ahí sigue perenne la hermosura del mar y de la tierra, abrazándose en la brisa sideral como si la flor de la vida fuese el abrazo, también se distingue por su tacto el sol y la luna jugando a ser poesía en el horizonte, las almas ocultas y los cuerpos visibles creciendo entre los jardines del tiempo, la noche y el día glorificando el orden del universo. ¿Cómo perderse este espectáculo de barcos de papel en una inmensidad de un océano encarnado de rimas y ritmos? Si el grado sumo del saber es contemplar el por qué, la solución al enigma de la nívea hermosura pienso que radica en el mismo paralelo, en la interioridad del pensamiento que sueña con el descanso de esos abecedarios espaciales. Sentarse a descubrir el mar de altos vuelos, observar los lienzos pintados en el cielo, sentir las músicas del cosmos al toque de silencio, ascender por los caminos que irradian poemas, sin duda -lo presiento- ha de ser como el agua que sacia la sed. Flotando por las aguas de la vida uno llega a descubrirse marinero y a reconquistar paraísos olvidados.

En todo caso, la hermosura más grande es un injerto de la verdad. Llegar a ella, por la vía de la poesía, me parece una buena idea para no descarrilarse y encarrilar la vida bajo los raíles del cosmos, que baila el mejor vals y esparce los más níveos perfumes.