EL MIRADOR
M. Molares
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Dice la Real Academia de la Lengua que la dignidad es la “gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse”, y eso fue lo que mostraron hace ahora 10 años José Antonio Ortega Lara tras 532 días de secuestro en una infecta covacha y Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular, al que mataron como un insecto tras secuestrarlo y torturarlo.
Dignidad frente a los terroristas. Heroísmo que es la cualidad de la persona famosa por sus hazañas y virtudes. Dignidad y heroicidad de sus familias. Virtudes valiosas que iniciaron el hoy traicionado Espíritu de Ermua, de donde era Miguel Ángel Blanco: orgullo, frente alta, gravedad y decoro. Cualidades difíciles y envidiables. Quienes mueren así suelen ser gentes formadas para afrontar con honorabilidad.
Pero lo admirable y extraordinario es que haya gente común cuya profesión no entraña el riesgo de muerte provocada por otros, y que se comporta como los héroes formados para serlo.
El último esfuerzo de grandeza
Fue el caso de Miguel Ángel Blanco y de José Antonio Ortega Lara. El primero acabó asesinado, y el segundo sobrevivió dispuesto a hacer el último esfuerzo de grandeza: dejarse morir introduciéndose por la nariz papelillos escritos que ayudarían a descubrir a sus asesinos.
La banda terrorista ETA habría desaparecido hace 10 años si tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco hubiera durado algo más la indignación y la ira que nacieron entonces en Ermua. Aquellos días hubo un estallido de dignidad que no volverá a repetirse, porque el espíritu actual es su antítesis. Pactista, mentiroso, fláccido, vacuno y degradante.