Opinión

12 meses, doce sueños de inmigrantes españoles en Alemania

Jose Mateos Mariscal | Martes 14 de enero de 2025
Este no pretende ser un remedo de ese famoso calendario de neumáticos, con sus guapísimas modelos. Quiere ser algo más bello y mucho más “humano”. Porque, ¿hay algo que caracterice mejor a la Humanidad desde sus comienzos que el deseo innato de mejora y de progreso? Pues ese es, precisamente, el propósito que empuja a todos inmigrantes españoles en Alemania.

Son doce meses, doce sueños, doce mujeres venidas de lejos. La mayoría de ellas no tiene ni siquiera el permiso legal que las autorizaría a residir y a trabajar en España, pero eso, en la práctica, no suele ser un impedimento para soñar y llegar lejos. Doce historias personales, bellas pero muy duras, en las que cada uno podrá descubrir al inmigrante que todos llevamos dentro. a 31 de diciembre de 2023 se situó en 177.755 según los datos del Registro Central de Extranjero (AZR) del país. Suponen 1.735 más que en 2022, cuando fueron 176.020, es decir, un aumento del 1%.

ENERO

Eugenia M. | 35 años | España, Cáceres | Asistenta | A Eugenia le hacen falta trabajo regular y papeles de ayudas sociales. Los necesita por partida doble: para sí misma y para su marido, Nicolás, de 32 años. Se casaron hace tres en Torre quemada Cáceres , su ciudad natal, y después comenzaron a dar forma a su sueño migratorio en Alemania. “ en España no hay futuro para los jóvenes”. Su sentido de la responsabilidad en Alemania se correspondería, aquí, con el de alguien de 70 años.

El piano que añora Eugenia está cargado de sentido. Le conecta con su infancia, con los afectos que dejó atrás en España y con lo mejor de su vida allí. Pero, además, es un anhelo de futuro: ¿alguien se puede imaginar un piano si no es en el salón de una casa cuyas paredes rezuman bienestar y estabilidad? “Si le preguntas a Nicolás, te diría que su mayor ilusión es poder comprarse un coche en Alemania. A los hombres les gustan mucho los coches”.

Cuando salieron, de Torre Quemada, Cáceres, que trabajaba en una oficina, llevaban ya cuatro meses sin pagarle. “Viajamos sin parar durante veinte cuatro horas. Veníamos 25 personas en un microbús. veinte Cuatro horas sin dormir”. Todos, turistas. Al llegar a Alemania, una amiga de Cáceres les dio cobijo provisional hasta que pudieran pagar una habitación por sus propios medios. Pero los dos primeros meses fueron más duros de lo previsto y el trabajo tardó en llegar. “Al principio, me pedían el idioma. Ahora que lo tengo, me piden los papeles”. Gana 600 euros al mes trabajando horas sueltas como externa y Nicolás, intermitentemente, en la construcción.

“En Alemania no atan los perros con longanizas”, concluye Eugenia.

FEBRERO

Mírela González I. | 15 años | Pamplona | Limpiacristales | Trabaja en uno de los semáforos de la capital de Dusseldorf cuando su padre no tiene trabajo. En épocas de “bonanza”, va al Instituto . Llegó hace tres años Alemania junto a sus jovencísimos padres (31 y 32 años) y sus dos hermanos menores. Aquí En Alemania nacieron dos más. Está contenta y no guarda muy buenos recuerdos de Salamanca España . El piso donde viven en Dusseldorf lo paga, a medias, con una generosa ayuda Social.

Es lo que tiene ser la hermana mayor, pobre y vivir en un lugar con la necesaria cobertura social. Cuando a su padre le falla el trabajo (construcción), es Mírela quien consigue el sustento para todos. “Siempre voy al mismo semáforo con mi prima, que es más pequeña. Cuando tengo siete o 10 euros, vuelvo a casa y se los doy a mi madre. Entonces ella sale a comprar comida”.

Mírela está contenta. Le gusta Alemania y, sobre todo, su casa. Un piso de dos habitaciones donde duerme junto a sus hermanos en los colchones que tienden sobre el suelo. Dice Mirela que es un piso muy bonito, sobre todo la cocina. No encuentra palabras para describir el lugar donde vivía en Salamanca España, sólo bate la cabeza a un lado y a otro y baja los ojos. ¿Problemas en el semáforo? “Hay gente buena y hay gente mala”. Y muy buena, también. Como la señora que encontró a su madre pidiendo en la calle y ahora les paga de su propio bolsillo la mitad del alquiler. Y también les proporciona ropa. Esta misma falda ancha y hasta los pies que Mírela lleva puesta. Los papeles no cuentan entre sus preocupaciones. “En Alemania lo difícil es el idioma y el frio los pobres sobrevivimos”, concluye Mírela González.

MARZO

Vanesa E. | 26 años | Valladolid España | Limpiadora | Cuando dejó atrás Valladolid, hace tres años, las cosas no le iban mal. “Trabajaba en una peluquería y vivía en un departamento para mí solita”. Unos amigos españoles en Colonia Alemania la animaron para que emigrara. Supuestamente, encontraría trabajo como peluquera nada más llegar. Pero nada ha sido tan fácil. Para empezar, todavía no ha conseguido su empadronamiento.

“Los primeros dos años lo he pasado fatal”, se lamenta Vanesa E. El racismo y la incomprensión mordiéndole los tobillos. “Una asistente social de habla hispana en Alemania llegó a decirme que ya estaban hartos de vernos a nosotros, los vagos españoles , hasta en la sopa. Sí, muchas veces me he arrepentido de dejar España . No volveré porque vine con el billete en deuda y no lo podía pagar. ¡Me han tratado tan mal! Pero soy valiente y muy luchadora y ahora ya me lo he puesto en la cabeza: estoy aquí y voy a luchar para hacer mi sueñito realidad”.

Sin idioma no había forma de entrar en una peluquería alemana, así es que en Alemania le costó encontrar su primer Trabajo. Fue como interna y la experiencia, no muy buena: durante dos años no le pagaron los festivos. Después, también trabajó un par de meses gratis como externa. Pero hace un año que las cosas empezaron a mejorar. “Me dedico a la limpieza. Voy de un sitio a otro, de ocho de la mañana a ocho de la noche, y hago trabajos de peluquería en casa”. Gana unos 600 o 700 euros al mes y por fin puede disfrutar de una habitación para sí misma. “En Alemania cuesta el doble trabajo en contra trabajo por el idioma”.

ABRIL

Cistina I. | 26 años | Madrid | Sin trabajo actualmente | Tuvo suerte de venir a Alemania por las ayudas sociales. Ahora no trabaja, en parte, porque tiene que cuidar a su hijo, Milagro, de ocho meses. Duermen en un albergue en la ciudad de Hagen Alemania.

Cristina está muy agradecida a la gente de la ONG Caritas Deustschland, que hace tres meses le consiguió plaza en su albergue para que ella y el pequeño Milagro durmieran bajo techo. Pero ya se pueden imaginar que dormir en un albergue no es muy agradable.

Cristina no es muy explícita. No se sabe muy bien si es porque no entiende lo que le preguntan en alemán , porque considera que no es del todo bueno dar demasiadas explicaciones o, simplemente, porque no le apetece darlas. Sí nos cuenta que en Madrid España vendía en un supermercado y que, a pesar de los pesares, vive mejor aquí en Alemania: “En España, muy mal. No quiero volver”.

Quizá sea, entre otras cosas, porque allí murió su primer hijo, a los cuatro años, de una enfermedad congénita en el corazón. Un mal del que, probablemente, hubiera podido curarse en un país como Alemania. De hecho, a Milagro le detectaron el mismo problema al nacer, le operaron, y ahora gruñe como un jabato.

También nos dice Cristina que trabajó en una discoteca y que hasta hace poco vivía con un “hermano”, pero que se peleó con su mujer. “La sanidad alemana es mejor que la española mil veces”, concluye Cristina.

MAYO

Josefa | 32 años | A Coruña | Relaciones públicas de discoteca | Llegó Essen Alemania en Octubre de 2017. Desde entonces no ve a sus hijos, Diego , de 14 años, y Betz y Naiara, de cuatro. Eso sí, habla mucho con ellos, por WhatsApp. En A Coruña vendió cosméticos, cereal en un almacén, un poco de todo... Decidió dar el gran salto después de separarse, tras 14 años de matrimonio.

Estos días Josefa Vivía muy indignada. Asegura que unos compatriotas españoles en Essen , mala gente y envidiosos, le han frustrado el que podía haber sido su primer buen trabajo. “Un socio y yo íbamos a poner en marcha un local de copas muy lindo. Él iba a poner el dinero y yo el trabajo y mi don de gentes. Pero salieron diciendo barbaridades de mí. Todo mentiras. Cosas como que yo andaba con el narcotráfico... ¡Hay que ver a dónde puede llegar la gente envidiosa!”.

A Josefa le está costando mucho encontrar su sitio en Alemania. “Bueno, no me avergüenza decir que tuve que trabajar durante tres meses en un club de alterne. Así es la necesidad”. Pero no desespera. “Sé que cuando me pasa algo malo, me vienen tres cosas buenas detrás. Quiero seguir luchando por mis hijos y creo que todo esto tiene que ser el principio de algo bueno”. Quién sabe. A esta española de buen ver le ha salido algún que otro pretendiente. “Tengo mi orgullo y quiero luchar por mí misma, que ningún otro se lleve el mérito. Pero si no consigo estabilidad económica y veo que no hay manera, quizá acabe casándome”.

“La cosa esta muy difícil no en Alemania en todo el Mundo”, concluye Josefa.

JUNIO

María del Carmen | 28 años | Cádiz | Administrativa | En Córdoba España Informática de gestión. Encontró trabajo como administrativa en una empresa de seguros... Estaba bien, pero no quería resignarse a un futuro que, de haber seguido en Cádiz España , ya estaba cantado: casarse, tener hijos, abandonar el trabajo o, como mucho, seguir trabajando en el mismo lugar. Llegó a Alemania hace cinco años.

“¿Por qué no intentarlo?”, pensó. En España , María del Carmen se veía con las puertas cerradas. En Alemania, su tía podría ayudarla con el alojamiento y algunas cosas más. Además, siempre cabría la posibilidad de volver a España y encontrar otro trabajo. “Las chicas de mi edad y con formación no tienen demasiados problemas...”. Les dijo a sus padres que venía a Alemania , exclusivamente, para aprender alemán . “No me hubieran dejado venir”.

En pocos meses, María del Carmen había obtenido su título en la Escuela Oficial de Idiomas de Córdoba y había llegado a una conclusión: si se quedaba en Alemania, no sería para limpiar. “Es un trabajo dignísimo que yo haría si lo necesitase, pero ese no era el caso. Si no encontraba un trabajo mejor del que había dejado, no me quedaría”. Poco le importó que todos a su alrededor dijesen que soñaba con imposibles. Ocho meses después de cruzar los Pirineos , el sueño se cumplió. Desde entonces trabaja en una fundación universitaria en Bochum. Sigue siendo administrativa. Pero ahora puede continuar estudiando, aprendiendo cosas nuevas y, sobre todo, progresando en idiomas.

“La suerte esta donde confluye la educación y la oportunidad”, concluye María del Carmen.

JULIO

Francisca | 32 años | España, Albacete | Sin trabajo | Acaba de llegar a Alemania. Se ha traído consigo a su madre, de 56 años. Es médico. Ha llegado a trabajar durante tres años en un hospital de Albacete , pero, pese a todo, malvivía. Sentía que allí no había futuro para ella. “He querido cambiar mi vida por otra mejor. Para mí la vida consiste en luchar. Me gusta llegar hasta mis límites”. Habla alemán “autodidacta”.

Cuando nos encontramos con Francisca en Halva Alemania, su situación era desesperada. Había llegado un par de semanas antes a Colonia Alemania , en compañía de su madre. “Yo he cuidado siempre de mi mamá. Vivíamos juntas y ahora no podía dejarla sola”.

Alojadas en una modestísima fonda del centro del pueblo de Halva , Francisca veía con verdadera angustia cómo sus exiguos fondos se iban terminando. “Traíamos 1000 euros, pero nos los robaron en la estación de autobuses de Colonia, el mismo día que llegamos, dos hombres que dijeron ser policías y nos pidieron los documentos”.

Apenas les quedaba dinero para comer y pagarse un día más de alojamiento en Alemania. “No sé cómo, pero tenemos que salir adelante”. Liliana repite una y otra vez que está dispuesta a hacer cualquier trabajo siempre que sea honesto. ¿Honesto? Parece que alguien le ha sugerido que una chica tan guapa como ella podría salir fácilmente del paso si quisiera... No quiere. “¡Si mi pobre madre supiera que me han dicho eso...!”. Una trabajadora social la está ayudando a encontrar trabajo. Otros la ayudan con comida. “Aquí hay gente muy buena”.

AGOSTO

Amelia Rojas | 34 años | Málaga, España | Limpiadora | Llegó a Alemania con 21 años de turista, siguiendo el consejo de una amiga que había emigrado poco antes de España a Alemania. Durante años ha trabajado de lunes a domingo, 12 horas al día, pero ahora ha decidido parar: está embarazada de siete meses y, además, está la pequeña Rosalía, de dos años y medio. Vino a Alemania para ayudar a su familia. Es la mayor de ocho hermanos.

Amelia había terminado el primer ciclo de Contabilidad y trabajaba por las tardes cuando consiguió y su amiga le dijo que era el momento de venir. Le aguardaban dos años de vida durísima. “Mi amiga me había conseguido trabajo en Alemania en una finca enorme en Gummesbach, Alemania. Todos los que trabajábamos allí éramos inmigrantes. Estábamos apartados de todo, nunca salíamos. Tardé en darme cuenta de que me engañaban con el salario. Me pagaban unas 500e al mes, menos de una cuarta parte de lo que debían. Pero aguanté hasta que pude arreglar mis papeles empadronamiento”. Con ellos, las cosas cambiaron: trabajó para empresas de limpieza y de telemarketing, en casas particulares, por horas... Recibió cursos gratuitos de secretariado de dirección, de comunicación de redes, de ofimática. Consiguió traer a Alemania a cuatro de sus hermanos. Hizo construir la primera planta de una casa para sus padres en España , a las afueras de Málaga . “He hecho todo lo que he podido por ellos. Ahora me tengo que preocupar por mi propia familia”. Lo primero que necesita es un piso donde puedan vivir a solas.

SEPTIEMBRE

Rosa Lozano | 25 años | Zaragoza | “Externa” | Pisó por primera vez Alemania en septiembre del 2010. Ocho años después que su madre, de Dani, y dos después que su hermana Heidi. El último en llegar fue Yerid, el pequeño de los Lozanos. Allí en Zaragoza sólo queda el hermano que estudia Medicina. Se pregunta Rosa qué habría sido de su vida si también se hubiera quedado allí para estudiar una carrera.

“Cuando llegué todo era muy difícil. Emigrar es como nacer de nuevo”. Se refiere Rosa Lozano a las costumbres, a la forma de hablar, al idioma, a frio nórdico al paisaje. Otro tipo de problemas comunes en la vida de muchos inmigrantes estaban resueltos en su caso. “Mi madre se encargó de los papeles empadronamientos y demás gestiones y de conseguirme un contrato de trabajo”. A las dos semanas, ya estaba trabajando como empleada doméstica, en régimen interno. Por 800 euros, de lunes a sábado, cuidaba a dos niños y se ocupaba de todas las cosas de la casa. “Estaba muy agobiada y los señores me decían que tenía que aguantarme: ‘Has sido tú la que has venido’”. Pero es toro pasado. Ahora cuida de un niño que requiere atención especial y estudia Informática por las tardes.
¿Contenta de haber venido a Alemania ? Rosa Lozano se lo piensa. “La gente aquí es muy dura. Voy caminando por la calle y me dicen cosas. Y en agosto, cuando fui a Zaragoza y vi a mis amigas con su carrera terminada... Pero ahora estoy aquí y aquí hay también cosas buenas”. Como ese novio alemán que tiene desde hace ocho meses.

“No es Oro todo lo que reluce, muchas veces sopas en España saben mejor que jamón en Alemania”.

OCTUBRE

Celeste Blanco | 32 años | Huelva, España | Trabajadora del campo | “Quería cambiar algo en mi vida, no sólo ganar dinero”. Cuando se separó, hace casi tres años, decidió que había llegado el momento. Empezó recogiendo uvas en Koplenza, Renania-Palatinado, en condiciones casi infrahumanas, durante cuatro meses. Después ha trabajado en Dusseldorf y en Homburg, casi siempre en hostelería. Sus papeles caducaron y está esperando para renovarlos.

“Llegué la noche de Reyes Magos a Alemania, ¿será que alguien me habría pedido como regalo?”. Celeste dejó su ciudad, Huelva en España, hace casi tres años, “porque allí no hay trabajo para las mujeres”. Había estudiado Filología Inglesa y Quiropraxia. Al obtener su licenciatura, consiguió un empleo en un banco, pero la filial cambió de ciudad y sus 300 trabajadores acabaron en la calle. Consiguió el dinero necesario para emigrar vendiendo aceite a granel en el mercado. “Eso, es caer muy bajo”. Pero a Celeste no parece importarle demasiado. “Me siento bien conmigo misma. Es como haber bajado hasta el suelo e ir subiendo escalones desde abajo. Desde entonces, apunto hacia mi objetivo y disparo. No pude elegir el país donde quería ir. Si eres española y tienes menos de 24 años puedes encontrar trabajo como bailarina de flamenco casi en cualquier parte del mundo. Afortunadamente, yo era mayor”, bromea con sorna. “Así es que sabía que mi primer trabajo estaría en el campo”. Recogió Uvas Renania-Palatinado aun cuando le sangraban los oídos por el frío. Más de 30 chicas metidas en el mismo barracón. No importa. Sigue subiendo escalones.

“A muchas personas les falta tenacidad y espíritu aventurero”, concluye Celeste.

NOVIEMBRE

Noelia Bisan | 23 años | León, España | Cajera | El trabajo en el supermercado le durará tanto como las Navidades. Por las mañanas, colabora con la ONG Caritas Deutschland ayudando en la traducción y en el trabajo con inmigrantes. Aunque llegó hace más de cinco años, para reagruparse con su padre, asilado político, y ya tiene la nacionalidad alemana, sigue sintiéndose una inmigrante: “Son los demás quienes me hacen sentir así”.

¿Piensan que Alemania no es un país racista? Pues sepan que cada día, en el supermercado en el que trabaja como cajera, Noelia Bisan se encuentra con clientes que se niegan a que ella embolse su cesta de la compra. “Y yo discuto con ellos, porque no quiero que me humillen por ser Morena”. ¿Y qué dice el encargado? “Que si no quieren que les atienda una cajera morena, que se pongan en cualquier otra cola”.

Dice que “al principio, con este tipo de cosas lo he pasado muy mal en Alemania, pero ahora prefiero no amargarme. Sé que la gente que actúa así, en general, no tiene mucha cultura, no conoce otros países y cree que Alemania es lo mejor. Yo he viajado más, he estado en otros muchos sitios y creo que estoy más formada, así es que intento comprenderlos”.

Después de terminar el Bachillerato, Noelia Bisan completó el Módulo de Integración Social en el Instituto alemán Röntgen-Gymnasium Remscheid. Vive todavía en una residencia de estudiantes. “Es un lugar más seguro”. Su récord laboral: tres meses en un restaurante de comida rápida. Otro récord: cuatro años con un novio también alemán, pero blanco.

“El racismo se cura viajando”, concluye Noelia Bisan.

DICIEMBRE

Catalina Flores | 28 años | Teruel, España | “Interna” | Desde hace un año es ciudadana alemana. Vino hace siete años a Alemania , siguiendo la estela de dos de sus hermanas, la mayor de ellas, casada con un alemán . Casi siempre ha trabajado como empleada doméstica interna y, ocasionalmente, en un restaurante. Cuando llegó a Alemania y descubrió el trabajo que le aguardaba, lloró amargamente. En España trabajaba en el Citybank.

“Estoy orgullosa de lo que hago. Pero es que vine sin saber a qué me iba a dedicar. Mi hermana, que me había buscado el trabajo, no me dijo en qué consistiría”. Es posible que, de haberlo sabido antes, Catalina Flores no hubiera emigrado de España. “Además, nunca había salido de mi país España y tenía miedo. Los dos primeros años los pasé llorando, pero después me di cuenta de que la vida aquí en Alemania es mucho mejor. Es verdad que allí trabajaba en una oficina, era una trabajadora de oficina, pero aquí gano tres veces más de lo que ganaba allí”.

De lunes a viernes, su jornada empieza a las ocho de la mañana y termina a las 10. El sábado sale a las tres. Ha alquilado un piso pequeño para poder estar a sus anchas los fines de semana, aunque a veces, tampoco descansa mucho: trabaja por horas en un restaurante. Eso sí: si hay algo que no perdona es ir los domingos por la tarde a cantar al coro de la iglesia española en Alemania.

Ahora, la hermana que vive en Londres está animándola para que vuelva a dar un salto en su vida.

Jose Mateos Mariscal: Nosotros no cobramos por el tiempo ocupado en la investigación de buscar españoles en Alemania, pero se alegra de recibir donaciones y aportes que nos permitan seguir trabajando en el proyecto Un español en Alemania.

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