Imágenes

La imagen de la semana:Elton John en la primera noche de ‘Viajazz 2007’

ENRIQUE PEÑAS | Miércoles 22 de octubre de 2014
Con Elton John uno corre el peligro de que las ramas no le dejen ver el bosque. Tratamiento de Sir, jet privado, una decena de gafas de sol en su camerino, levita tuneada, perfumes de primeras marcas, rosas blancas y amarillas en su camerino, icono del colectivo gay, estrella del pop mediático, vuelo a Mónaco... Sí. Pero también un cancionero notable que en Villalba, el pasado martes, se ofreció en su versión más austera, sólo ante el piano, despojado de lentejuelas pero con el brillo suficiente como para que no se convirtiera en un concierto monocorde y sin ritmo.Vaya por delante que Sir Elton John no está entre mis favoritos y que uno está convencido de que Viajazz ha ofrecido mejores noches (Solomon Burke en 2003, Brian Wilson, Terry Callier y Gilberto Gil en 2005, y Bob Dylan el pasado año), aunque efectivamente para gustos se hicieron los colores y los 3.000 seguidores que disfrutaron de la velada encontraron aquí una paleta que justificó la inversión: de 70 a 100 euros las entradas, precio que, unido a que el concierto tuvo lugar un martes, probablemente dejó a medias el potencial aforo del espectáculo en un tiempo en el que los Rolling Stones no llenan como antaño y la subida de las hipotecas obliga a ajustarse el cinturón. Poco antes de las 10.00, ajeno a estas consideraciones -aunque quizá no a la visión de un campo de fútbol lejos de su mejor entrada- apareció el cantante británico, enfundado en negro y con camisa de color azul (eléctrica emoción), para sentarse al piano y entonar Your song, el primero de una sucesión de clásicos que se prolongó durante una hora y media.

Festejaba su sexagésimo aniversario y a la vez sus 40 años en la música, aunque el tono riguroso del inicio no invitaba a celebraciones en clave de pirueta y sí apelaba más bien a la emotividad contenida. Eso sí, el arranque, hasta la quinta canción, fue algo frío, con una voz poderosa pero a veces también quebrada, poniendo un punto de imperfección a unas melodías ejecutadas con sobriedad y tremenda corrección. Decía antes que no está entre mis favoritos, pero sería injusto no reconocer que Elton John es un compositor con notables aciertos (poco a poco fueron cayendo Daniel, Rocket man o Honky cat) y sobre todo un intérprete riguroso y brillante, aunque en ambas facetas tienda a veces a caer en cierto pasteleo (Circle of life, de la banda sonora de El Rey León) que en Villalba quedó bastante mitigado.

El formato elegido, sólo ante el piano, tuvo sus ventajas y también un sonido más que correcto tratándose de un concierto al aire libre, pero también el inconveniente de la brevedad (apenas 90 minutos). Sorteó con solvencia el peligro de caer en la reiteración y demostró ser un clásico atemporal en plena forma sin necesidad de virtuosismos ni aspavientos. Sólo al final cambió de tercio, dejando un solo de piano que venía a justificar su presencia en un festival de jazz, arrastrando sus notas para enlazar con las de Glen Miller, el mejor momento de un concierto que fue de menos a más, coronando con The One y Sacrifice como piezas para estrechar las distancias y Crocodile rock como oportunidad para levantarse de la silla y romper la pulcritud dominante. Tampoco podía faltar en este último tramo Candle in the wind, el tema que dedicó a Lay Di, y así, cumpliendo los pronósticos y el horario previsto, sin demarrajes ni sorpresas de última hora, cerró un concierto que, seguro que de manera más nítida que cuando se presenta rodeado por un barroco acompañamiento, permitió ver el bosque y comprobar que por sus ejemplares no ha pasado el tiempo.

w Con Elton John uno corre el peligro de que las ramas no le dejen ver el bosque. Tratamiento de Sir, jet privado, una decena de gafas de sol en su camerino, levita tuneada, perfumes de primeras marcas, rosas blancas y amarillas en su camerino, icono del colectivo gay, estrella del pop mediático, vuelo a Mónaco... Sí. Pero también un cancionero notable que en Villalba, el pasado martes, se ofreció en su versión más austera, sólo ante el piano, despojado de lentejuelas pero con el brillo suficiente como para que no se convirtiera en un concierto monocorde y sin ritmo.

Vaya por delante que Sir Elton John no está entre mis favoritos y que uno está convencido de que Viajazz ha ofrecido mejores noches (Solomon Burke en 2003, Brian Wilson, Terry Callier y Gilberto Gil en 2005, y Bob Dylan el pasado año), aunque efectivamente para gustos se hicieron los colores y los 3.000 seguidores que disfrutaron de la velada encontraron aquí una paleta que justificó la inversión: de 70 a 100 euros las entradas, precio que, unido a que el concierto tuvo lugar un martes, probablemente dejó a medias el potencial aforo del espectáculo en un tiempo en el que los Rolling Stones no llenan como antaño y la subida de las hipotecas obliga a ajustarse el cinturón.

Poco antes de las 10.00, ajeno a estas consideraciones -aunque quizá no a la visión de un campo de fútbol lejos de su mejor entrada- apareció el cantante británico, enfundado en negro y con camisa de color azul (eléctrica emoción), para sentarse al piano y entonar Your song, el primero de una sucesión de clásicos que se prolongó durante una hora y media. Festejaba su sexagésimo aniversario y a la vez sus 40 años en la música, aunque el tono riguroso del inicio no invitaba a celebraciones en clave de pirueta y sí apelaba más bien a la emotividad contenida. Eso sí, el arranque, hasta la quinta canción, fue algo frío, con una voz poderosa pero a veces también quebrada, poniendo un punto de imperfección a unas melodías ejecutadas con sobriedad y tremenda corrección. Decía antes que no está entre mis favoritos, pero sería injusto no reconocer que Elton John es un compositor con notables aciertos (poco a poco fueron cayendo Daniel, Rocket man o Honky cat) y sobre todo un intérprete riguroso y brillante, aunque en ambas facetas tienda a veces a caer en cierto pasteleo (Circle of life, de la banda sonora de El Rey León) que en Villalba quedó bastante mitigado.

El formato elegido, sólo ante el piano, tuvo sus ventajas y también un sonido más que correcto tratándose de un concierto al aire libre, pero también el inconveniente de la brevedad (apenas 90 minutos). Sorteó con solvencia el peligro de caer en la reiteración y demostró ser un clásico atemporal en plena forma sin necesidad de virtuosismos ni aspavientos. Sólo al final cambió de tercio, dejando un solo de piano que venía a justificar su presencia en un festival de jazz, arrastrando sus notas para enlazar con las de Glen Miller, el mejor momento de un concierto que fue de menos a más, coronando con The One y Sacrifice como piezas para estrechar las distancias y Crocodile rock como oportunidad para levantarse de la silla y romper la pulcritud dominante. Tampoco podía faltar en este último tramo Candle in the wind, el tema que dedicó a Lay Di, y así, cumpliendo los pronósticos y el horario previsto, sin demarrajes ni sorpresas de última hora, cerró un concierto que, seguro que de manera más nítida que cuando se presenta rodeado por un barroco acompañamiento, permitió ver el bosque y comprobar que por sus ejemplares no ha pasado el tiempo.

Texto: Enrique Peñas.

Fotografía: Ricardo Miguel Peña.

Texto: Enrique Peñas.

Fotografía: Ricardo Miguel Peña.