Opinión

La mejor historia de emigrantes jamás contada

Un español en Alemania

Jose Mateos Mariscal | Miércoles 16 de noviembre de 2022
Esta es la mejor historia de la emigración española en Alemania, la mejor historia jamás contada, historias de amor, de desamor, de tragedia, de alegría, de éxito, de menos éxito, de exilio, de éxodo, de descubrir muchos sentimientos ocultos como la nostalgia, la impotencia, el amor la humildad, la felicidad, el humor, la alegría, la gratitud, esperanza y descubrir en espíritu de superación, la emigración une familias valorando a cada miembro más cada día.

"Hoy te quiero más que ayer, pero menos que mañana"

Aferrarse a la familia en momentos de nostalgia, de necesidad económica, depender de los seres más queridos, es darles doble amor, todo en una misma historia la emigración. Es tu historia, es mi historia, y al mismo tiempo, es la historia de muchos emigrantes.

"Un español en Alemania" presenta un relato fascinante de la realidad de la emigración española en Alemania, el peor drama de la historia de la humanidad la emigración a sucedido desde el comienzo de los tiempos cuando hombre mujeres y niños se vieron obligados a inmigrar por necesidad económica, por guerras, por catástrofes naturales. Los seres humanos escogieron separarse de sus familias con perspectivas de un futuro mejor, seguir sus propios caminos, descubriendo que el pasado es un sueño y el futuro es una ilusión todo es presente.

Una mujer española migrante

María Victoria Reguilon Pérez, nacida en Madrid (España), no había planificado su embarazo cuando, en medio de la pandemia de la COVID 19, un test le avisó que Evelin, su hija, venía en camino. Tampoco había planificado, cuatro años antes, dejar Madrid para probar suerte en Alemania en la ciudad de Essen; nunca se lo planteó hasta que la oportunidad se le presentó, pues aquella sería solo una travesía temporal, un viaje con fecha de ida y de vuelta, una docena de piezas de ropa, algunos pares de zapatos, su móvil con WhatsApp, y el manojo de llaves de la reja de puerta y la de cuarto en la casa de sus padres en Madrid, una maleta ligera pero llena de ilusión como la de muchos emigrantes españoles en Alemania. Pero han pasado tres largos años desde aquel día; de Evelin, su pequeña, ya hacen dos años y unos meses. Su primer contacto con la maternidad lo tuvo lejos de su casa de Madrid y, como si fuera poco, la pandemia le robó también la posibilidad de vivir el embarazo al lado de su madre, de su mejor amiga y de su hermana Rocío, su pequeña tribu de amigos, como cuenta ella, sus imprescindibles, aunque también la enriqueció de muchas formas, eso me dice. En medio de toda esa montaña rusa de emociones, entre la alegría por estar gestando una vida y las incertidumbres de un mundo tomado por el miedo a un microorganismo.

“Me veo como una mujer migrante. Recuerdo que antes de serlo escuchaba la canción de Celtas Cortos, ‘El emigrante’, y no la entendía, pero definitivamente esa sensación de no pertenecer a ningún lugar es algo que va en la maleta del inmigrante. A lo mejor por las circunstancias que me han tocado vivir siento que no pertenezco a este lugar a Alemania, no obstante, cuando voy a Madrid, no me siento en casa tampoco”, cuenta.

Sentirse extraño

Cuando estoy en Alemania siento que extraño, pero cuando voy a Madrid de visita siento que aquello que extraño ya no está, ya no existe. Soy también española, esposa, hermana, amiga y mamá, lo cual es una parte importante de mi identidad ahora, tengo muchas pasiones, la comunicación es una de ellas, la barrera del idioma. “Un español en Alemania” es un proyecto que me llena mucho y lo más lindo que tienes es la comunidad de mujeres que estás construyendo con este proyecto Jose.

En este momento estoy haciendo mi master en la universidad de Düsseldorf en Psicología también y esa es una de las pasiones que descubrí recientemente. Aunque soy comunicadora no quería seguir por ese camino y demoré un tiempo para descubrir lo que quería hacer y así me encontré con la Psicología. Además, siento que justamente por ser migrante puedo tener una contribución mayor entre la comunidad latina en Alemania porque donde vivo, en Essen, no es fácil encontrar terapeutas que hablen español y la lista de espera para acceder a un especialista hispanohablante aquí suele ser de seis meses mínimo.

Mi historia migratoria es un poco atípica porque en Madrid yo estaba viviendo un momento en el que me sentía completa en el sentido profesional, estaba haciendo lo que me gustaba y aquel era el momento ‘dorado’ con Alemania; era la época de emigrar, la fuga de cerebros y yo tuve la oportunidad, por mi trabajo, de vivir de cerca ese momento. Entonces, en mi cabeza no estaba la idea de emigrar, sí creía que en algún momento saldría de Madrid para hacer algún tipo de movilidad académica o de superación profesional en Alemania, en donde ya había estado antes. Era lo que quería. Por mi trabajo salí varias veces a trabajar al exterior y ya me había hecho una idea de cómo era el mundo afuera hasta que en mayo de 2016 decidí emigrar.

Recuerdo que me fui de Madrid diciendo que regresaba, siempre con la idea de aprovechar la oportunidad porque era de única entrada y en aquel momento mi pareja vivía en Asturias, en Oviedo, así que sería una oportunidad para nosotros, para que conviviéramos juntos un tiempo. No obstante, estando de viaje con mi pareja en Alemania y faltando poco tiempo para mi regreso a Madrid, él me propuso que me quedara. Esa fue una decisión muy difícil para mí, no dormí por una semana entera porque sentía en el fondo que estaba traicionando a mi familia, a mi jefe, en Madrid pero también me hizo pensar en lo que de verdad quería para mí y en cómo podría de hecho volver, en si regresar sería factible y realista estando en Madrid porque podría ser que me negaron la beca de estudios, entonces pensando en eso y sobre todo en cuáles serían mis perspectivas de crecimiento en Alemania después de regresar, decidí quedarme.

Por otro lado, mi pareja ya tenía estabilidad y eso fue importante para tomar mi decisión, también en donde estábamos, en Essen, el ambiente era muy familiar, se hablaba bastante español hay más de tres mil familias hispanohablantes y en ese sentido la transición fue menos chocante.

El cómo quedarme también me quitó bastante el sueño en ese momento, porque como española podía perfectamente haber cruzado al otro lado de la frontera europea, pero eso iba a implicar que estaría dos años sin volver a España, y yo no quería. Entonces, la opción más rápida y la mejor en todos los sentidos fue el casamiento con mi pareja, que era ciudadano alemán y, aunque ese momento lo pretendíamos dejar para más adelante, tuvimos que apresurarlo para poder estar juntos. Recientemente me pasé un mes en Madrid, era la primera vez que pasaba tanto tiempo en España desde que me fui, y descubrí que definitivamente hay cosas del contexto con las que ya no quiero lidiar y en donde no me veo más haciendo mi día a día. Incluso, estando de visita, cuando hacía las cosas que siempre me gustaba hacer cuando vivía en Madrid me descubrí sintiendo que algo faltaba, primero porque la gente que conocía ya no estaba, las referencias y las dinámicas de la gente han cambiado, entonces te sientes fuera de lugar. Recuerdo que me reuní con un grupo de amigos del instituto, una amiga me agregó al grupo de ellos en Whatsapp y planificamos una fiesta, allí me sentí una completa extraña, ya no compartía los mismos gustos, entonces me dio la sensación de que lo que extraño de Madrid ya no existe. De hecho, si algún día llego a plantearme volver a Madrid para vivir, tendría que considerar bien todo lo que me faltaría.

¿Qué sientes que te cambió más con la migración?

Primero, la manera de comunicarme, mi vida es en alemán ahora, en mi casa hablo en español, pero fuera lo hago todo en alemán y eso fue un cambio bien profundo y a la vez un reto, porque no llegué a Alemania dominando el idioma como mucha gente. Recuerdo que, cuando llegué, en una ocasión estaba compartiendo con unos colegas de mi esposo y percibí que no entendía nada de lo que estaban hablando, ahí me di cuenta de que tendría que desafiarme para dominar el idioma si quería prosperar aquí. La barrera del idioma es muy fuerte, psicológicamente mueres.

Ahora hago mi maestría en Psicología en alemán y eso está siendo posible gracias a mi esfuerzo e inversión iniciales en adaptarme. Y bueno, además del idioma, me he transformado muchísimo, sobre todo mi manera de pensar. En Madrid tenemos muchas concepciones que nos enseñan a poner las necesidades del otro por encima de las propias, que el dinero es malo, y como emigrante, mujer y persona que vive en un país donde la cultura es bastante individualista he tenido que transformar esas concepciones, resignificarlas para poder adaptarme y defenderme. Eso es algo que he estado tratando de incorporar en mí, el aprender a priorizarme, a cuidarme además de cuidar del otro, y a ganar dinero también, a interiorizar que no hay nada de malo en prosperar financieramente ni de querer ganar más que lo que te ofrecen o estar mejor económicamente. Eso me impulsó a hacer una maestría para, en un futuro, poder tener mi propio negocio como terapeuta en Alemania. Mi maestría también ha sido transformadora, porque me ha obligado a revisarme, a pensar en quién soy, en lo que quiero para mí y para mi futuro.

¿Qué significa para ti ser una mujer, española y migrante en Alemania? ¿Cómo esos lugares identitarios condicionan e influyen en tu cotidianidad?

Alemania es un lugar multicultural y, por suerte, en el medio en el que más me muevo, que es el académico, tengo un vínculo fuerte y mucho roce con un grupo de personas diverso donde, además, predominan las mujeres. Por eso, en estos momentos no me siento diferente; pero en la ciudad de Hückeswagen, donde viví un año, la mayor parte de la población era Alemana y local, y recuerdo que cuando estaba en el trabajo todos mis compañeros eran blancos de ojos azules; me sentía completamente un pez fuera del agua. También sentí discriminación por mi acento español, en varias ocasiones en lugares donde he estado trabajando como vendedora los clientes me decían que querían interactuar con una persona “que hablase alemán”, y eso me chocaba mucho porque me estaba esforzando.

Además de ese tema identitario, está la paga y la brecha de género a la hora de recibir un salario. Por cada euro que un hombre gana, una mujer en su mismo puesto gana ochenta céntimos a la hora, entonces hay importante discriminación, en ese sentido, que personalmente no lo he sentido mucho porque como he cambiado de trabajo con bastante frecuencia nunca he llegado a sentirme mal pagada o a sentir que no logro crecer profesionalmente por ser mujer, o que me he estancado en un puesto específico.

¿Cómo fue tu inserción en el mercado de trabajo después de emigrar a Alemania?

Cuando hice todo el proceso para hacerme residente tuve que esperar seis meses para lograr un nivel de alemán hablado y escrito fundamental para conseguir trabajo. Cuando lo logré, me comí el cuento del sueño europeo porque en la entrevista para mi primer puesto de trabajo, que era en el área de ventas, el jefe me dijo que en ese lugar tendría la oportunidad de crecer según mis ventas y que incluso en un futuro podría formar mi propio equipo, pero en la realidad no resultó ser así y luego descubrí que me pagaban super mal, pero en aquella época yo no tenía ninguna referencia. Trabajaba mucho, bajé mucho de peso y estaba frustrada, por eso a los seis meses de estar ahí pedí la baja. Lo dejé sin tener un plan B también porque tuve el apoyo de mi esposo, económicamente incluso, y al poco tiempo y con las conexiones que había hecho con la comunidad española en Essen, me ofrecieron un puesto en Cáritas Alemania. Fue una experiencia muy bonita y enriquecedora para mí porque nunca había hecho ese tipo de trabajo y, además, veía mucho propósito en lo que hacía, que era básicamente ayudar y orientar a los migrantes recién llegados, —la mayoría indocumentados y que ni siquiera sabían leer o escribir sus nombres—, sobre cómo podían insertarse socialmente en Alemania.

Solo dejé ese puesto cuando me mudé a Dusserdorf. Igual, el movimiento de buscar trabajo, de hacer un resumé y de lidiar con toda esa burocracia es un proceso que aún estoy aprendiendo y que es muy revelador para mí, incluso en el área del autoconocimiento, porque me doy cuenta de mis patrones de comportamiento, de mis tendencias a permanecer en lo cómodo, aunque sepa que en otro sitio puedo encontrar un lugar mejor para mí y mejor remunerado incluso.

Por otro lado, está la maestría, que fue algo que siempre busqué, porque sabía que tener un posgrado de una universidad Alemana de mi lado solo me traería buenos frutos. Empecé a buscar opciones y se me metió primero en la cabeza hacer algo en el área de administración de negocios porque fue algo que siempre me llamó la atención, así empecé a frecuentar muchos eventos de algunos cursos para ver cómo eran las cosas y tal. No obstante, no estaba completamente convencida y siempre posponía el examen de ingreso, siempre ponía excusas para no hacerlo hasta que de repente, durante la maternidad, que dicen que es un proceso que te trae mucha claridad y además mucha creatividad, me dio por revisar un programa de Psicología en la universidad de Düsseldorf. Me gustó mucho porque, además, me permitiría ejercer como Psicóloga y abrir mi propia clínica. Así, apliqué y afortunadamente me dieron la plaza. Recibí un préstamo del gobierno Alemán que al final del curso debo devolver con algunos intereses, porque, aunque por ser española podría aplicar a un financiamiento de becas específico para inmigrantes europeos, para hacerlo tenía que ser ciudadana empadronamiento y cuando yo hice el proceso selectivo todavía no tenía el empadronamiento de Düsseldorf. De todos modos, lo veo como una inversión en mí porque si no fuera así no habría podido entrar empecé el curso cuando la niña tenía seis meses y por la pandemia era todo online, así que en aquella época muchas clases las daba con Evelin en el pecho.

En medio de todo ese proceso de transición, de mudanzas, de reorientar la hoja ruta, llega la maternidad. Cuéntame, ¿cómo fue ese proceso para ti siendo migrante?

A pesar de que siempre quise ser mamá, el embarazo de Evelin no fue planificado. Fue una sorpresa para mí. Me hice el test solo porque siempre he sido muy regular en mi ciclo y al ver que tenía atraso me surgió la duda. Cuando vi que aquella cosa dijo “positivo”, entré en estado de shock. No fue para nada una escena de comedia romántica porque no estaba en los planes, teníamos la idea de irnos a vivir un tiempo a España y de repente Evelin nos avisó que venía en camino y que sería en ese momento y no en otro. Recuerdo que me senté en la cama con mi esposo y le conté, lo conversamos, mi esposo me dio su apoyo en cualquier decisión que yo tomara y después de mucho pensarlo decidí que sí porque, como decimos en Madrid: “los niños siempre vienen con un pedazo de pan debajo del brazo”, y si esperas por el momento ideal te quedarás esperando muchas veces, porque las condiciones nunca son las perfectas, aunque, claro, hay algunos contextos más favorables que otros.

Tuve a la niña en medio de la pandemia, lo cual dificultó muchas cosas, entre ellas estar con mi familia o tener a personas cercanas conmigo acompañándome en todo el proceso. Además, mi esposo en ese momento estaba en Rumanía y yo aterrada, viendo la cantidad de muertes por el virus y pensando que en ese momento era responsable por otra vida, no solo por la mía. Una cosa buena fue que al final todo fue resolviendo y mi esposo y yo pudimos vivir juntos los nueve meses, porque estábamos ambos en casa, aislados por la cuarentena; yo en ese momento estaba cobrando mi desempleo y compartimos muchos momentos mágicos, como la primera patada de la niña. El embarazo fue un proceso muy lindo para mí a pesar de todos los miedos e incertezas; me encantaba hacerme fotos con mi panza, y hablarle y leerle a Evelin cuando aún estaba en la barriga.

Casualmente, mi hermana también pasó su embarazo en la misma época que yo, las niñas se llevan solo 25 días entre ellas entonces siempre intercambiamos mucho sobre cómo cada una estaba viviendo ese proceso, fue muy especial y esencial para mí, porque como todas las fronteras estaban cerradas en aquel momento no podía siquiera pedirle un billete de avión a mi mamá para que viniera conmigo a estar unos días y acompañarme, las nuevas tecnologías como wuhuasap nos veíamos y escribíamos diaria mente.

Además, yo fui la primera de mis amigas en ser mamá, entonces medio que no tenía mucha gente cercana para conversar e intercambiar ideas, sensaciones, miedos… y eso, junto con la cuarentena del COVID-19, también fue una forma de aislamiento que viví gestando a Evelin. Por otro lado, la maestría en Psicología me ha ayudado a ser más gentil conmigo misma y a no exigirme tanto como madre; he aprendido a ser una mamá “moderna ”, como se dice. Dicen que los niños tienen ansiedad de separación y eso es algo que creo que me está pasando a mí, ha sido un desafío volver a trabajar, estudiar presencialmente a tiempo completo y perseguir mis objetivos profesionales sin sentirme culpable por no estar con Evelin.

Hay días mejores que otros, pero cuando salgo a las 8 de la mañana de la casa y sé que regresaré solo de noche, la culpa por dejarla es enorme, a pesar de que en la pandemia tuve el privilegio que no tienen muchas madres de estar con mi hija durante sus dos primeros años. Ahora le explico que mamá se va a trabajar, pero va a regresar, aunque es a mamá a quien le cuesta entenderlo. Y eso me hace querer compensar mi “ausencia” del día con tiempo con ella que podría estar dedicando a mi autocuidado. Por ejemplo, si tengo 20 minutos después del trabajo para irme al gimnasio no lo hago, porque prefiero estar con ella. Eso es algo que estoy trabajando en terapia y en coaching, porque si mi copa está vacía no tendré mucho que ofrecerle a ella cuando haga falta, la vida en Alemania es stress y más stress.

En fin, eso es algo en lo que creo que ser migrante influye mucho, porque si tuviera a mi madre en Alemania no me sentiría tan culpable o sentiría más apoyo, no sé, además de que facilitaría muchas cosas como el tiempo de calidad con mi pareja, que es algo que con la maternidad se compromete pues, como a la niña quien la cuida durante el día es su padre, cuando yo llego él necesita usar ese tiempo para él, para hacer las cosas que no ha podido hacer en todo el día por estarla cuidando. A pesar de que tenemos apoyo, en el día a día somos solo nosotros dos en Alemania, lejos de los nuestros.

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