Nuestros amigos, mientras tomaban su café, seguían las noticias por la radio, y el marino comenta:
—Posiblemente, por mi edad, eche de menos aquellas intervenciones parlamentarias, no exentas de polémica y de pimienta, pero ajustadas a los temas que se trataban, con mayor erudición, altura de miras y respeto a la oposición.
Con seguridad estamos ante un nuevo estilo político y parece que ha llegado para quedarse. La importancia y calado de los temas o los intereses de la sociedad han pasado a segundo término. Al final, sólo nos queda la frase que sirve de titular para los medios de comunicación. Así se invalida la acción de control parlamentario al gobierno y se incrementa la polarización.
Esta farsa podría esperarse en políticos o grupos espurios, pero es difícil de digerir cuando este comportamiento es el presidente de gobierno, Pedro Sánchez, del que se supone un mayor respeto institucional y un especial celo en preservar las instituciones del Estado.
Aunque hay muchas sesiones parlamentarias dignas de análisis, centrándonos en la respuesta que dio Pedro Sánchez a Cuca Gamarra, como portavoz del grupo del PP, sobre el «caso Pegasus» y el espionaje a líderes independentistas, vimos como ahuecando la voz, no respondió a la pregunta y contesto dando un «triple salto mortal».
Sus palabras fueron: «La diferencia entre cuando ustedes gobiernan y cuando lo hace el PSOE es que ustedes mandaban 'piolines' a Cataluña y con nosotros la Selección española puede jugar en Cataluña sin ningún tipo de polémica», todo esto lo dijo sin despeinarse y olvidándose —qué corta y selectiva es la memoria de Sánchez— que a lo largo de su mandato ha tenido que recurrir a la Policía Nacional y Guardia Civil ante las detenciones por acciones calificadas como terrorismo, disturbios, quema de contendores, cortes de carreteras, sin obviar al acoso a la sede central de la Policía Nacional de Vía Layetana en Barcelona de CDR y grupos independentistas catalanes.
Un gobierno siempre debe proteger y defender las instituciones del Estado, por ello estos juegos malabares dialécticos, consiguen titulares de prensa, pero causan un daño incalculable a los colectivos aludidos.
Interviene nuestra profesora:
—A estas desafortunadas declaraciones hay que añadirle las del ministro del Interior, Grande-Marlaska, uno de los ministros que más ha defraudado y que miente con vocecita de niño que nunca ha roto un plato, intentando aclarar que la alusión a «piolines» del presidente se refería a los barcos que sirvieron de residencia de las fuerzas policiales.
La mentira es que «Piolín» era el nombre del barco, sólo uno, que se mandó a Cataluña ante los problemas de alojamiento de las fuerzas de seguridad que se les negó, llegándolos a echar de diferentes hoteles. Por lo tanto, no eran «piolines» en plural.
Lo que sí es cierto que la TV3 catalana ha hecho programas, «supuestamente» humorísticos, en los que se ridiculizaba a la Policía Nacional y la Guardia Civil llamándoles «piolines» y de ahí a que se haya popularice en los sectores independentistas como una denominación peyorativa.
Por ello, no nos puede extrañar el malestar del colectivo que, lejos de verse arropado por el gobierno, se ve ridiculizado y vejado. Por lo que no puede extrañar la pitada que recibió Pequeño-Marlaska —cuánto ha menguado—, en la Academia de Policía de Ávila en la jura de la XXXVI promoción de la Escala Básica.
Prosigue el marino:
—Todo esto, una vez más, acabará enterrado en la hemeroteca por la actualidad informativa. Aunque parecería, a la vista de estas actuaciones, que tenemos un mono con una bazuca lanzando cohetes sin dirección, sin motivos y sin evaluación de daños.
Parece que el gobierno es incapaz de calibrar las consecuencias de haber puesto en manos del mono la artillería ligera y pesada. No se le puede pedir que calibre los disparos, que no cree ningún estropicio y que no haya desperfectos.
Con una sonrisa la profesora argumenta:
—La acción de cualquier gobierno es compleja y por ello es necesaria la prudencia, la mesura, tanto en sus actos y como en sus manifestaciones. Del gobierno se espera una mayor altura, que actúe con autoridad formal y moral, por la responsabilidad que tiene y porque es su obligación ante los electores. Se debe empezar a exigir que están para servir y no para servirse.
Todos estos golpes de efecto, tantas y tantas decisiones improvisadas, lo que indican que no hay una verdadera política de Estado. Que no tenemos un posición geoestratégica y política clara, con independencia del color del gobierno. Que no tenemos modelo energético realista que reduzca nuestra dependencia exterior. Que balbuceamos en temas estratégicos como investigación, innovación. Que carecemos de modelo industria y económico.
El marino remata:
—Al final escuchándote parece que esperamos un coro angelical, lleno de serafines y querubines, tañendo violines, liras, cítaras y mandolinas. Me gustaría apuntarme a esa ensoñación alucinante, pero nuestra realidad es más prosaica.
Ese es el momento que, entre risas, nuestros amigos se encaminan hacia el mar para abstraerse de una realidad más pedestre.
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