Opinión

Ferrocarril de élite

El paréntesis

José María Hernández Urbano

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Acabamos de conocer el guión de lo que pretende ser un Plan Director de Infraestructuras presentado bajo las siglas PEIT (Plan Estratégico de Infraestructuras de Transporte) a realizar en el periodo 2005-2020 con un presupuesto de partida que alcanza los 240.000 millones de euros (2,6 billones de pesetas al año).

De una lectura superficial de los medios de comunicación se podría deducir que el Gobierno apuesta claramente por la carretera como medio de transporte tanto para mercancías como para viajeros, aunque las cifras destinadas a ferrocarriles (Velocidad Alta) supere a las de la carretera.

En este país, donde el transporte de mercancías por ferrocarril ha sido intencionadamente hundido hasta cuotas de mercado casi testimoniales y donde se ha seguido una política de abandono de líneas de largo recorrido y de regionales, conduciendo a la marginación y al desequilibrio regional a amplias zonas del país y obligando a miles de ciudadanos al uso del transporte por carretera como único modo de transporte, el nuevo PEIT que nos presenta el Ejecutivo pretende proporcionar los más amplios cauces para el crecimiento de la movilidad. Esta política bien calculada se viene aplicando desde la década de los ochenta, cuando ya se denunciaba que en España se estaba configurando un ferrocarril de élite y abandonando sistemáticamente cientos de servicios de ferrocarril convencional y de sus infraestructuras que cumplían la misión social delegada por el Estado.

En lugar de mejorar la infraestructurales y trazados para alcanzar velocidades más que aceptables, se opta, una vez más, porque corra el dinero, dinero de todos los contribuyentes para construir un ferrocarril más rápido, seguro y confortable, con precios de viaje que no están a alcance de todos los ciudadanos, a la par que la mayoría de éstos se ven obligados a utilizar otros medios de transporte, menos cómodos, menos rápidos, más baratos, pero mucho menos seguros.

Y todo esto ocurre cuando en nuestra Unión Europea llevan años debatiendo que las autovías ya no tienen más capacidad física para el insoportable aumento del tráfico y se construyen los llamados “surcos” ferroviarios que atraviesan Europa por los cuatro puntos cardinales. Y cuando en el conjunto de países de la UE se viene cuestionando la viabilidad medioambiental, económica y social de los sistemas de transporte, aquí parece que estamos condenados a repetir los mismos errores que en épocas anteriores. El crecimiento sostenido sobre el que se apoya este Plan, dista mucho de estar asegurado y, naturalmente surge la duda de si este país está en condiciones de afrontar tantos recursos y sacrificios. A las más que probables dificultades económicas que este Plan puede acarrear, debemos añadir el necesario análisis de la coyuntura del mercado del petróleo, máxime cuando España depende totalmente del exterior en materia de carburantes y que además mantiene sus compromisos con Kyoto, eso sin entrar en valoraciones del insoportable coste exterior de infraestructuras. Con esta orientación de la política de transportes, la situación en amplios trayectos de carretera puede llegar a situaciones límite de capacidad física de vehículos y de seguridad. Ejemplos sobran a lo largo y ancho de nuestra geografía, donde, en amplios segmentos horarios, la circulación se hace insoportable y peligrosa.

Con el panorama que nos pinta este PEIT no creemos que podamos aproximarnos a un escenario de estabilización o de amortiguación del tráfico en su conjunto. Ni tampoco creemos que vaya a reducir la densidad de vehículos, que aumentará sustancialmente, y cuyas consecuencias irreversibles las veremos a corto plazo.