Todos los expertos nos habían alertado por sexta vez consecutiva, que rebajar las medidas contra el COVID demasiado pronto de nuevo, con la variante Delta campando a sus anchas era muy peligroso.
Eso a pesar de que nuestro país va a la cabeza de la vacunación mundial, con un 89 % de la población mayor de 12 años ya vacunada.
Advertían que a pesar de ese buen dato, por cierto no cumpliendo las normas internacionales, que plantean que el cálculo sea sobre la población total y no como se hace aquí sobre los mayores de 12 años (nos hacemos trampas al solitario), si relajábamos medidas, la sexta ola estaba garantizada.
Dicho y hecho, ahora nos encontramos en esas circunstancias y aunque efectivamente ese nivel de vacunación hace que el impacto hospitalario sea menos duro, en los últimos días comienza a dar síntomas preocupantes.
El efecto varía entre las diferentes comunidades autónomas, aunque todas tienen subidas importantes. Así Navarra y la CAV se destacan del resto, probablemente no sólo porque aquí haya una menor temperatura, sino porque las características sociales favorecen la interrelación social, las quedadas en cuadrilla, fomento de pipotes y peñas, “juevinchos” varios y fama de juerguistas, circunstancia demoledora a la hora de transmisión del virus.
¿Las autoridades debieran haber tenido en cuenta esas circunstancias? Parece evidente que sí. Pero la realidad es que no lo han hecho, acobardados por la presión social y el miedo a tomar decisiones impopulares.
Ese temor por las medidas que pudieran tener una contestación social, esa falta de entereza de unos dirigentes a los que les falta un hervor a la hora de enfrentarse con un virus tan peligroso, nos está llevando de nuevo a esta situación límite.
No podemos, no debemos fiarlo todo a la vacuna, teniendo en cuenta que es voluntaria. Así nos encontramos con casi 5 millones de personas sin vacunar, la mayoría del tramo de edad más peligroso, el que más se relaciona; entre 30 y 50 años.
Así difícilmente podemos acabar con esta pesadilla.
Además se añade el problema de que los chavales hasta 12 años aún no han sido vacunados y aunque está comprobado que de contagiarse no lo sufrirían demasiado, pero sí se consideran supercontagiadores de sus personas mayores, en especial los abuelos. En un país donde se ha puesto de moda algo peligroso para estas situaciones; el “síndrome del abuelo quemado”.
¿Qué hacer entonces ahora?
Pues lo tenemos difícil, con una población, especialmente joven, con un ansia enorme de juerga, unos dirigentes políticos cobardes e irresponsables, en pleno invierno y una vida social muy intensa, especialmente teniendo en cuenta que nos llegan los puentes de diciembre y las fiestas navideñas.
¿Solución? Quizás la clave la haya puesto sobre la mesa el ministro de sanidad alemán Jens Spahn, que ha asegurado: “al final del invierno estaremos todos vacunados, sanados… o muertos”.
Observar desde nuestro país las decisiones que están tomando las autoridades de Austria, Alemania, Bélgica y Holanda y la contestación que han provocado, produce escalofríos. Especialmente porque están siendo aprovechadas por la extrema derecha.
¿Serían capaces de hacerlo aquí? Yo no veo a la Ayuso del sur (Isabel Díaz), ni a la del norte (María Chivite) con las agallas suficientes para tomar semejantes medidas, aunque fueran imprescindibles desde el punto de vista sanitario. Tampoco al Presidente del Gobierno.
Son políticos endebles, cobardes e irresponsables incapaces de tomar una posición de estadistas en un problema estratégico como este. ¿Salud y vida antes que juerga y economía? No los veo en esa posición.
Quizás si el virus hubiera castigado con mayor virulencia a las edades menores que a las mayores, como ha ocurrido en esta ocasión, si nuestros hijos estuvieran viendo morir a sus niños en lugar de a sus abuelos, esa sociedad irresponsable e insolidaria lo habrá hecho diferente. Pero no ha sido así.
“Qué más da que se mueran los mayores, ya han vivido suficiente” se oirá decir en botellones varios. No es que hayan perdido el miedo al “bicho”, es que siempre les ha importado un carajo, porque afecta a otros.
Cobardía de unos, irresponsabilidad, insensatez de otros, más dosis enormes de insolidaridad.
Todo ello aderezado de un poder judicial que aún no ha tomado conciencia de lo que nos está ocurriendo.
Como se dice coloquialmente: “mal rollo”.
Quizás tenga razón Spahn, quizás nuestros mediocres dirigentes opinen como él.
Veremos…
P.D.: Ahora como en Afganistán me lapidáis por hereje.