R. LÓPEZ - Torrelodones
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Existe una tradición que ha pervivido a nuestros tiempos secularizados en los que, desde mi punto de vista, resulta políticamente incorrecto reconocerse creyente. Se trata de las primeras comuniones, una costumbre que pone a prueba la economía de las familias más humildes y que en un elevado número de casos se trata de la primera y última comunión, desvirtuada casi siempre su inicial significado a fuerza de las parafernalias que rodean el Sacramento.
Sobre todo, resulta chocante el utilizar la liturgia de una institución religiosa, con la que no existe vinculación previa ni posterior al acto como realce estético de una especie de "puesta de largo" o fin de la primera infancia. Muy poco que ver con la simplicidad, sencillez y austeridad que pregonaba el maestro de Nazaret.