El Faro | Martes 12 de junio de 2018
Ni una gota de entusiasmo perdió la tradicional romería de la Virgen de la Esperanza, celebrándose con todo el color, los sones, la emoción y las mil estampas con las que Valdemorillo sabe festejar este día grande para un pueblo que gusta especialmente el vivir “al máximo” esas fechas que forman parte de su identidad. Y así, incluso se pasó por alto la amenaza de la lluvia, que la presencia de las nubes, lejos de empañar el día, se agradeció, ya que en ausencia de calor se hizo mucho más llevadero el camino, esos cinco kilómetros a pie que se recorren cada año entre el casco urbano y la ermita de Valmayor para retornar la talla de la Virgen de la Esperanza a su altar habitual. Y hasta ese instante, realmente uno de los más emotivos de la jornada, porque nunca no deja de provocar por igual lágrimas y vivas a las Señora, muchos más momentos para ir desplegando las secuencias propias de un domingo en el que todos, vecinos a pie, jinetes, músicos, y por supuesto curiosos, se suman a la comitiva, especialmente peculiar por el continuo danzar de las decenas de parejas que preceden la imagen de la Virgen, dando pasos y más pasos al compás del sonido serrano de los Malangosto, como cada año, y ya van más de 25, elevaron la notas que provocan ese revuelo de faldas, movidas a toque de rondón que, sin duda, es una de las singularidades de esta romería.
La espectacular salida de la Virgen del templo parroquial, irrumpiendo entre los acordes del himno nacional por la rampa de granito que añade tanta dificultad como vistosidad a la hora de dar la salida al cortejo, y que volvió a quedar flanqueada por la alfombra floral que ha cumplido su primera década como elemento ornamental ya indispensable en cada nueva edición romera, volvió a provocar esas miradas y sonrisas que viene a firmar la importancia de esta costumbre. Y no menos llamativo volvió a resultar esa particular ‘despedida’ en plena Plaza del Cristo, lugar al que también como manda la tradición llegó la imagen de San Isidro, portada en andas por miembros de la Hermandad de la Esclavitud del Santísimo Sacramento. Y desde ese punto hasta la ermita, ya todo fue danza y alegría, puro entusiasmo en una comitiva en la que no faltaron ni los vehículos especialmente engalanados para la ocasión, de tracción mecánica, pero alguno también tirado hasta por un pony.
Precisamente para reconocer el atractivo que añades estas simpáticas carretas, avanzando a la cabeza de la peculiar procesión, el Ayuntamiento, de manos de la Alcaldesa, Gema González, y de los Concejales Encarnación Robles y Luis Hernández, hizo entrega de los trofeos, tres copas, más una simbólica dotación en metálico, con las que agradecer le esfuerzo haciendo aún más vistosa esta caravana, siempre presidida por el gran ambiente que brinda una cita tan esperada. Y como primero de los galardones, el entregado a la familia Partida Casado, que supo mostrar, con sencillez y originalidad, la apuesta por la presencia infantil que representa el verdadero futuro de la propia romería. Y de los más benjamines entre los romeros viajando entre cortinas y farolillos a la segunda de las carretas ganadoras, ésta cubierta de retama, la presentada por José Manuel Bravo y Eva Ruiz. Ya completando el trío de reconocimientos previsto en este concurso municipal, la diseñada por Bernardino Mellado.
Junto a estos nombres, tantos otros, el de los centenares de personas que se decidieron a marchar a la ermita donde la ofrenda de flores reflejó, una vez más, la devoción local que se tiene por la Señora de la Esperanza. En suma, este 10 de junio, ni un tiempo en nada veraniego pudo con la tradición, porque, ante todo, Valdemorillo sabe vivirla así, como una Fiesta con mayúsculas, multitudinaria, emocionante.