Tribuna
Enrique Garza Grau (*)
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Nuevamente el sector taurino y la administración pública se han reunido, para llegar a sesudas conclusiones sobre el futuro de la Fiesta: datos, estadísticas, costes, promoción, fomento, remiendos, parches... palabras o marasmo. Lo cierto es que existe una paralización en lo moral y en lo físico en todos los sectores; y una notoria falta de solidaridad en los ámbitos económicos, políticos y sociales, lo que afecta de igual forma a la Fiesta Nacional. Los estudios económicos están siempre ligados con los sociales; en la sociedad está todo íntimamente unido por relaciones muy delicadas y es menester que cuando se trata de dirigir la mano del hombre, no se pierda de vista el corazón (Balmes). El mirar las cosas aisladamente ha traído muchos males morales, y la Fiesta se está observando siempre de forma aislada, incluso por los partícipes de la misma.
Sobre la atalaya de mi trabajo, siempre hay tiempo para la observación serena del sector taurino; lo cierto es que estamos como antes, o peor que antes. No hablo de la macroeconomía ni de la microeconomía sectorial, sino de pasión o razón. Juan Pablo II llamaba a los artistas creadores de belleza; la auténtica creación artística va más allá de los sentidos, penetrando en la realidad hasta llegar al alma. De esto no se habla, ni por los políticos ni por los taurinos. Hasta el valor de la palabra taurino ha perdido fuerza y pasión con su uso administrativo, puesto que su origen evocaba el humo del tabaco entre el sabor del vino de taberna, o el aroma a café con tertulia entre el genio, el duende y el arte; y se está ajustando un corsé burocrático y gris con cierto olor a naftalina.
Me traigo en mi equipaje del “Foro de la Fiesta de los Toros de Castilla-La Mancha” la similitud entre la decadencia política, social, moral y costumbrista decimonónica, y la España contemporánea. Los molinos de La Mancha ahora son eólicos pero siguen siendo molinos, con una diferencia: estos últimos son más tristes, no evocan a ningún poeta ni encontrarán jamás un Quijote que le interese luchar contra ellos, quizá por eso es más difícil que los pinceles y las plumas los pinten con el viento, acariciando los trigales castellanos. La Fiesta también se está haciendo con molinos eólicos, quizá por eso es más difícil de pintar o narrar con pasión.
Víctima y verdugo
En empresario taurino de verbo y mirada brillante, José Luis Lozano, cada vez que había un problema en el sector, me decía: “No te engañes Enrique, el problema está en el habitante. Somos víctima y verdugo”. Y es cierto, pero con un matiz, el problema está en el habitante de España; en los intelectuales sin alma, a quienes habría que exprimir como una naranja, para sacar de ellos todo el juego del tarro de las esencias con que les ha donado Dios, para que broten las sensaciones de que de la Fiesta han bebido; el problema está en nuestros toreros, que han de ser artistas o dedicarse a otra cosa, soñar su arte y transmitirlo dentro y fuera del ruedo; el problema está en los políticos, con sus normas y más normas, palabras preñadas de apolillado derecho administrativo y cierto hedor electoralista, quienes deberían amar a España, su cultura y sus tradiciones; el problema está en los empresarios, ganaderos y subalternos, quienes han cerrado el futuro de la Fiesta en un baúl con siete llaves, escondiendo en él toda la magia de la tauromaquia, y dejando fuera los activos financieros a corto y medio plazo. Está claro que los profesionales del sector taurino no se plantean que tienen en su mano cultura viva, como una delicada paloma, que puede morir si no la cuidan.
Antonio Bienvenida, en una tarde de sol y azahar, explicó a un Santo cómo entendía que debía torear recreándose en la suerte, con amor, eso que llamamos torear con temple, cada muletazo pausado era una eternidad que le dedicaba a Dios. Con él estaba otro grande entre los grandes -Manolo Chopera-, el empresario que soñó el futuro de la Fiesta. Este gran empresario creó un sueño para la Fiesta: pensó en la construcción de un edificio eterno que la preservaría de lo temporal, de traidores y mezquinos, un sobrio templo renacentista dónde el arte quedase a la vista de almas sensibles, cristianos o paganos, inmutable al paso del tiempo. Manolo Chopera, como Juan Bautista de Toledo (quien proyectó el Monasterio de El Escorial) hizo el modelo y ejecutó toda la planta. Pero le traicionó la España de hoy, no tuvo a su lado hombres como los que surgieron en el 98, capaz de doblegar nuestra generación fantasma. Alguien tendrá que recoger sus planos y, haciendo de Juan de Herrera, terminar el templo para la eternidad.
(*) Secretario General de ANOET