Por: José Ruiz Guirado
El Faro | Miércoles 16 de noviembre de 2016
Esta misma tarde me decía un buen amigo, Guillermo Koerting (a veces dudo en si escribí adecuadamente el apellido), que me había leído los “cotilleos” de las truchas de Tovar. No le falta razón al definir de esa guisa estas intrusiones en la Historia escurialense, cuando ilustres próceres lo han hecho doctamente. Nosotros nos rebajamos a la crónica, ya tirando por alto a la “Intrahistoria”. O nos quedamos en gacetillero, dando las noticias breves. Eso sí, que Koerting es persona leída, advierte: “Como mínimo es de obligatorio cumplimiento el que sean dos planas”. Como apuntaba otro amigo, que también me lee, Miguel Ángel Hontoria, me paso el tiempo buscando en la Historia. Y como uno no es historiador de profesión, les dejamos a los ilustres titulares su cometido. Pues en éstas hemos traído a colación a la tercera de las esposas del rey escurialense, Isabel de Valois. Que ya saben fue hija de Catalina de Medici. Y como aquí no vamos a sentar cátedra de lo que cualquier escurialense sabe, por poco que haya hecho alguna inmersión en la Historia cercana que nos ocupa; obviamos al rey francés, su padre, para centrarnos en ella. Alguna crónica de algún cronista de la época, puede que mal intencionadamente, o como sucede en la actualidad, cuando se pretende llenar hueco en estos programas “rosas”; malmetía diciendo que la reina temiendo al divorcio de su esposo al no tener descendencia, cometería la excentricidades de colocarse estiércol de vaca y cuerno de ciervo en sus reales partes púdicas, o la de beber orina de mula para quedarse embarazada. Que se quedó, claro. Pero imagina uno, que más por estos repudiables métodos, por yacer con su esposo Enrique. Después del heredero, vino al mundo, un 22 de abril de 1545, Isabel. En ello nos habíamos quedado, porque la reina pretendía viajar con el rey a visitar a su madre, a Doña Catalina. Emprendieron el viaje y se detuvieron en la villa de Guadarrama para comprarle a la reina algunos presentes. Estos vinieron a ser algunas alhajas: cadenillas y brinquiños. Estos últimas joyas, consisten en una alhaja diminuta de tipo ornamental que puede ser adornado a base de diamante, ámbar o de cualquier piedra preciosa de costoso precio. Pero nuestro relato no se podría quedar en este punto; primero por lo que nos apuntaban más arriba del rellenar las dos cuartillas, y, segundo, porque de ser de esta manera, cómo íbamos a justificar que cuanto aquí se dice pertenecería en el siglo XVI a este alfoz del que mencionamos. Aquí aparece la erudición de los próceres que más arriba se mencionaban. Y en este caso concreto, a la erudición del desaparecido cronista del Real Sitio de San Lorenzo, don Gabriel Sabau Bergamín, quien nos asevera que estas joyas –cadenillas y brinquiños- serían a la sazón la especialidad de joyeros y orfebres de la villa de Guadarrama. Como un servidor no está puesto en estos asuntos joyiles, sería muy interesante para nuestra crónica, que alguno de los joyeros instalados en la plaza, nos comentare si tiene noticia de esta tradición guadarrameña. Lo que supondría, que además de los “husos del Guadarrama cervantinos”; también bien podría agrandar la crónica, sabiendo que los reyes escurialenses, hicieron parada en la localidad para llevarse recuerdos de la sierra del Guadarrama a la Francia Ilustrada.