Los veraneos en la Sierra (III)
El Faro | Lunes 11 de julio de 2016
A principios del siglo XX, a quienes gustaban de tomar las aguas minero-medicinales en los manantiales de la Sierra de Guadarrama, se les llamaba ‘agüistas”. Entre 1877 y 1898 se produjo la época del esplendor y madurez de la hidrología médica en España, una ciencia que aplicaba las cualidades de las aguas minero-medicinales para resolver los problemas de salud, los avances científicos, en especial los análisis químicos, permitiendo que el sistema de salud se nacionalizase e, incluso, se convirtiera en una moda y en un símbolo de estatus social.
Las iniciativas empresariales para construir balnearios en esta comarca, siempre estuvieron promovidas por la burguesía y la aristocracia madrileña. El balneario, por entonces, no era solo un centro sanitario, sino un lugar de encuentro y de vida social. Y aunque en la Sierra no existía la tradición y la historia de otras regiones españolas, donde las termas habían derivado en afamados balnearios, la montaña madrileña empezó a desarrollarse como un espacio idóneo para la salud y el bienestar. La salubridad se convirtió en el espejo donde se miraban los madrileños y la prensa exaltaba las virtudes y milagros del aire y los paisajes. Todo ello repercutió de inmediato en la creación de residencias, sanatorios y manantiales de salud, donde se embotellaba agua con propiedades curativas y en cuya cercanía se ofrecían estancias en colonias de encanto. El ferrocarril, tras ser inaugurado en el año 1861, el tramo Madrid-El Escorial, que pasaba por Villalba, fue esencial al convertirse en el medio de locomoción más utilizado por los ‘agüistas’, sin otro posible competidor. Y con ello el negocio de los balnearios floreció al registrarse y declararse de utilidad pública varios manantiales.
Manantial de La Porqueriza
Pero la primera noticia sobre la bondad de las aguas de la Sierra, se produce concretamente en el año 1847, cuando el Diccionario ‘Pascual Mados’ cita, sin mencionar el nombre, la localización de una fuente “de buenas aguas”. se refería al que después sería conocido como el manantial de ‘La Porqueriza’ de Guadarrama. Sobre la tradición curativa de las mismas, el archivo municipal del Ayuntamiento de este municipio conserva una copia manuscrita sobre el primer analisis químico en ‘La Porqueriza’, realizado en 1884 (Vera y López), donde se refleja que “la fama de estas aguas es conocida y apreciada desde hace tiempo”, siendo utilizadas “para algunas afecciones herpéticas y del estómago”, con bastante éxito, si bien dicho uso se hace empíricamente y recogiendo las aguas en condiciones muy defectuosas. Tras este análisis químico el Ayuntamiento acomete algunas mejoras para el alumbramiento de las aguas de este manantial.
Luis de León en su libro “Guadarrama” escribe en 1891 que aunque el manantial de La Porqueriza continua siendo un “chorro de riqueza para el pueblo”, era una lástima que estas aguas no se explotaran. En relación a los trabajos realizados en este manantial en la década anterior, León comenta que “todo esto se ha destrozado por el ganado que en verano pasta en dicho prado, teniendo no menos parte de culpa la indiferencia mostrada al respecto por los vecinos.
A principios del siglo XX, concretamente el 15 de julio de 190l, el periódico La Época, señalaba que los campesinos y ganaderos de Guadarrama conocían la virtud de las aguas, pero el manantial no era más que una charca a la cual iban a beber y bañarse los cerdos, de ahí su nombre
Los efectos curativos de estas aguas llegaron incluso hasta Alemania y pronto empiezan a acceder los primeros enfermos de tuberculosis a Guadarrama. Dos años antes, 1898, el médico titular de este municipio, don Salvador Ortiz, construye la primera villa particular para enfermos tuberculosos. Y, antes del cambio de siglo, ya existía una importante colonia de veraneantes que, junto a las de El Escorial, Cercedilla, Villalba y otros pueblos limítrofes, acudían a tomar las aguas a La Porqueriza. Así lo recogía ‘El Heraldo’ de Madrid en su edición de 15 de agosto de 1899. Un año más tarde la prensa ya se refiere a La Porqueriza como un manantial de agua nitrogenada conocido en media España y parte de Europa “por los milagros obrados en los innumerables enfermos que de ella han bebido, siendo muy pocos los médicos que por entonces no enviaban a los enfermos del aparato respiratorio a beber agua de este manantial .
Al margen del carácter popular, la prensa atribuía el descubrimiento de La Porqueriza a dos figuras relevantes por entonces de la medicina madrileña: el doctor Federico Rubio y Gali, que enviaba a la mayoría de sus enfermos de pecho a esta fuente y al doctor Higinio de la Torre, quien “habla por experiencia propia de este manantial al que concede méritos que razona y demuestra”.
El balneario de Moralzarzal
En este contexto empresarial, donde la prensa se hace eco del interés da las clases acomodadas por las virtudes de las aguas de la Sierra de Guadarrama, la Estadística Minera de España informa en 1911 del manantial de agua medicinal arsenical ferruginosa titulada La Fe, situada en el Portillo de la Mina (Moralzarzal). Sobre este establecimiento numerosos expertos y analistas químicos señalaban la calidad de las aguas de este manantial, llegando a afirmar que “atendiendo a su mineralización, podría estar entre los más notables de Europa y ocupando con justicia la atención del mundo científico.
En 1911 todavía no había abierto el balneario de La Fe, solo funcionaba la embotelladora de aguas minero-medicinales. Pero curiosamente, fue el establecimiento que permaneció abierto durante más tiempo, al menos entre 1883-1930. La declaración de utilidad Pública es anterior a la de las aguas de La Porqueriza o la Alameda, y todo parece indicar que el establecimiento seguía abierto incluso cuando varios balnearios de Guadarrama ya estaban cerrados.
El balneario de Moralzarzal era modesto y en nada se parecía al de Guadarrama. Observando hoy la ruinas del edificio donde pernoctaban los agüistas es obvio pensar que estos no gozaban de los lujos y el glamour que ofrecían las instalaciones competidoras. Mientras los agüistas de los balnearios de Guadarrama llegaban en coche desde la estación de Villalba, los de la Fe tenían que subir en caballerizas hasta el Portillo de La Mina; si en La Porqueriza tenían un cocinero francés, es fácil pensar que el menú de La Fe no se acercaba a ese rango; los agüistas del balneario de Guadarrama se entretenían en amenas tertulias en el casino y los niños jugaban al ‘croquet’ ¿Cómo se entretenían los agüistas de la humilde montaña ‘cebollera’?. Según la propaganda oficial de entonces , el Marqués de Grijalbo, la Condesa de Valmaseda, distinguidos ‘sportman’ del momento y famosos periodistas (cronistas) de la época acudían a Guadarrama ¿Pero qué clase de personajes se daban cita en la Fe?.
El Portillo de La Mina, montaraz y solitario, era mucho más espartano, más dominical, más austero. El propietario construyó un acceso al pozo con fuente y muros de piedra donde los agüistas podían bajar a tomar las aguas bajo un techado.
Desde luego hay algo frustrante en esta historia: Las aguas de Moralzarzal a diferencia de las de Guadarrama, tenían una larga tradición: la Fuente de la Salud, que se remonta al menos hasta el siglo XVII. Además, los primeros manantiales en descubrirse y declararse de utilidad pública fueron los del Portillo de La Mina, La Fe y La Fe Perseverante. Moralzarzal partió con ventaja dada la fama de sus aguas y su pronta iniciativa empresarial, pero Guadarrama contaba con mejores comunicaciones.
Aún así, el manantial-balneario de La Fe ayudó sin duda a proteger las bondades de Moralzarzal como lugar de veraneo; buenos accesos a Madrid a través de la estación de tren de Villalba, buena fama de sus aguas y paso obligado de los excursionistas que iban a La Pedriza.