Paco Velasco
El Faro | Viernes 25 de septiembre de 2015
A mi el espectáculo del Toro de la Vega me parece una animalada. Y tal denominación me sirve para todos esas fiestas salvajes donde se martiriza a toros, patos, gallos, codornices, burros o cabras. Es inagotable el abanico de animales civilizados torturados por descendientes salvajes del homo erectus.
Centrar la furia en nuestros vecinos de Tordesillas me parece un ejercicio de ‘malababa’. En esta sociedad de los medios y los escaparates televisivos, los amantes de los festejos taurinos se han convertido en el enemigo a batir. El maltrato a las aves, a los caprinos y a otras especies se contempla como algo baladí. Los malos de las películas son los que encauzan su frustración en la sangre de los toros. Poco importan los caballos muertos en romerías y peregrinajes a causa de las horas sin descanso por parte de algunos de esos descerebrados que los montan. Ni las ocas a las que se les estalla el hígado tras ser obligadas a tomar alimentos por un embudo. O...
La crueldad de algunos se expresa en unidades de cultura y de desgobierno. La tradición no es la excusa de la barbarie. No recuerdo quién escribió aquello de que “no se puede prescindir de la tradición, pero tampoco se puede confiar en ella. De la tradición, la costumbre, como hábito legado por la primera hasta convertirse en norma, por injusta que sea”. Decía Bacon que “nuestro pensamiento sigue el curso de la naturaleza, que las reglas rigen nuestro hablar pero que es la costumbre la que gobierna nuestra obra. En este caso, el hábito de desterrar la crueldad nos humanizará y la costumbre de aplicar la justicia nos hará moralmente justos”.
Mirar por el ojo de la aguja constituye una perversa práctica. A su través sólo vemos la caricatura de la realidad. Perdemos de vista que los humanos somos maestros en el arte de tirar la piedra y esconder la mano. Que para garantizar la seguridad de los consumidores, metemos espuma de afeitar a presión en el estómago de los animales y para calibrar la calidad del dentífrico, se fuerza a ingerirlo a caballas, conejos y ratas.
El paso hacia el progreso moral se subordina a la avidez por lo natural. La ley debe regular la situación. Ni toros de La Vega, ni tampoco otras maldades con animales como víctimas.