Juan C. Viloria
El Faro | Lunes 07 de septiembre de 2015
Tres energúmenos se abalanzaron sobre Inmaculada Seguí, presidenta local de VOX, cuando salía del portal de su casa de Cuenca y, esgrimiendo el contundente adjetivo de fascista, la molieron a palos. El episodio es tan surrealista que parece sacado de un cómic de Corto Maltés o del guión de Novecento 70 años después.
Pero resulta que cuando el caldo de cultivo encuentra terreno propicio, de las palabras se pasa a los hechos. Y al calor de la excitación verbal en internet o en las charlas a los prosélitos, siempre hay unos ‘valientes’ algo descerebrados que deciden pasar a la acción. La profusión con la que se utiliza el término fascista no tiene tanto que ver con su significado en ciencia política, sino que se ha convertido en un recurso habitual en el mundo de la izquierda radical para descalificar todo lo que no se mueva en su órbita. Yo pensaba que era una práctica exclusiva en esta España de locos como rescoldos que nunca se extinguen. Pero resulta que no. George Orwell, antifascista y antiestalinista sincero, ya avisaba de la desfachatez e imprudencia con la que se utilizaba el lenguaje corriente. En 1944, refiriéndose a Reino Unido, Orwell escribió: “Parecería que, tal como se usa, la palabra fascismo ha quedado casi totalmente desprovista de sentido. La he oído aplicada a granjeros, tenderos, al Crédito Social, al castigo corporal, a la caza del zorro, a las corridas de toros, a la homosexualidad, a los albergues juveniles, a la astrología, a las mujeres, a los perros y no sé cuántas cosas más”. Han pasado los años, pero el efecto distributivo del adjetivo sigue vigente y el uso irresponsable más aún porque se ha convertido en un instrumento muy valioso para los monstrencos porque con la palabra fascista por delante se anula todo lo demás. Lo he visto hace unos días cuando un periodista televisivo muy conocido recibió un tuit insultante que empezaba así: “¡Cómo se nota que vienes de familia franquista!”. Y el aludido empezó a recordar a sus abuelos fusilados en la guerra por defenderse. Así que la cosa se ha extendido tanto que aquí, entre nosotros, ya se sabe: si eres de Ciutadans en Cataluña, o en lugar de La Roja dices selección española, o el que haya leído a José María Pemán, o te gusten los toros o defiendes a las víctimas de ETA, etc., etc., eres un fascista. Ya lo sabes.