Opinión

Bienvenido sea el ‘efecto griego’

El Faro | Viernes 24 de julio de 2015
La construcción europea ha sido, hace no mucho, un bello ideal mayoritariamente compartido. Este ideal ha demostrado a varias generaciones de europeos/as el camino a seguir para superar el encono de los hiper-nacionalismos que ensangrentaron el continente, además de ofrecer una plataforma esperanzadora para enfrentar conjuntamente los retos de la globalización.

La crisis prolongada por más de seis años ha revelado sin embargo numerosos defectos en la construcción europea y en su funcionamiento, lo que obliga a revisar los fundamentos de la Unión, con el fin de acoger, entre otros importantes imperativos, demandas que permanecían ocultas bajo el manto de una dirigencia burocrática atenta sólo al ‘logos’ (vocablo de origen griego) económico, es decir, a una determinada lógica económica pretendidamente indiscutible. Pero las cosas están cambiando y la propia tragedia griega, más allá de cómo cada actor de la misma ha jugado sus cartas y ejercido sus responsabilidades, nos indica claramente que algo hay que hacer si queremos que el “bello ideal” no salte por los aires. A mi modo de ver, el cuadro que ha emergido a los largo de los últimos 20 años se resume , por un lado, en un centro (no un país, no un determinado grupo social) ocupado por un ‘logos’ económico en manos de ‘expertos’ a él vinculados e impuestos como si fuera el compendio de la razón misma; y por otro, el espacio de los diversos reductos culturales, lingüísticos, sociales, nacionales, subordinados a aquél. Es decir, la razón frente al sentimiento; la razón económica frente a los problemas sociales; la lógica del mercado frente a la democracia. Tales líneas de división se han multiplicado como consecuencia de la crisis. Hoy se habla de países ricos frente a pobres; el norte frente al sur; acreedores frente a deudores; el hegemón alemán frente al resto; se habla incluso de que la principal contradicción no es entre derecha e izquierda (¿?), sino entre su casta de políticos y la gente común y corriente; entre las finanzas y la economía productiva, etc. Bienvenido sea el ‘efecto griego’ si sirve para impulsar cambios en la estructura de la Unión y no para ser el Caballo de Troya que avente las pavesas del nacionalismo irredento. Acabar con la disociación entre racionalidad económica y democracia es un imperativo del momento sin el cual el “bello ideal” de Europa no se podrá sostener.