J. Aguilar
El Faro | Jueves 09 de julio de 2015
El ex tesorero Luis Bárcenas, una vez más, se ha defendido atacando. Su último escrito a la Audiencia Nacional tira por elevación: la ‘caja B’ que estuvo tantos y tantos años administrando, con gran provecho propio, no era suya, sino del Partido Popular. Vamos, que él era un simple amanuense a las órdenes de los sucesivos secretarios generales del PP y con el conocimiento pleno de los respectivos presidentes, lo que incluye a José María Aznar y Mariano Rajoy.
De modo que, según Bárcenas, lo que quedó reflejado en los famosos papeles que llevaran su nombre para siempre no eran más que los datos contables de un sistema de financiación “perfectamente institucionalizado” del partido de centroderecha español. Entre ellos, las entradas y salidas políticamente más significativas: las donaciones de empresas y los sobresueldos concedidos a los propios dirigentes del Partido Popular u otros militantes en supuestas dificultades económicas.
Es difícil darle credibilidad a un sujeto como Bárcenas, paradigma del individuo que acude a la política con la voluntad decidida de lucrarse personalmente, que por supuesto trata de exculparse presentándose ante la opinión pública como un simple escribiente de los elementos cuantificables de un sistema ideado por los jefes para financiar la organización política que dirigían. Un sistema fiscalmente opaco en el que él ejecutaba órdenes, cuadraba cuentas y distribuía los recursos allegados para cubrir las necesidades del partido, fuera en la oposición o en el poder. Como suele ocurrir, el ‘fontanero’ se fue reservando una parte del pastel superior a la convenida, hasta hacerse rico. Al PSOE, por entonces presidido por Felipe González, le descubrieron una trama semejante con Filesa gracias a un empleado descontento que largó fiestas. Como ha hecho ahora Bárcenas.
Pero el caso es que el relato del ex tesorero tiene mucha verosimilitud. La existencia de la ‘caja B’ la dio por probada el juez instructor del caso y la más elemental lógica permite descartar por completo la pretensión del PP de que era Bárcenas y sólo Bárcenas el que llevaba las finanzas populares por su cuenta, sin instrucciones de la cúpula y sin ningún tipo de controles. Otra cosa, también verosímil, es que presidentes y secretarios generales se acogieran entonces a la cláusula de estilo propio de estos turbios asuntos: “Yo no quiero saber nada”.
Cuando se produjeron estos hechos no existía el delito de financiación ilegal. Pero el Partido Popular se financió de esta manera y lo hizo durante tres décadas.