Opinión

La política convertida en espectáculo

José R. Ónega

El Faro | Jueves 18 de junio de 2015
Nunca los adjetivos y los verbos tuvieron tanta carga emocional. Me he puesto a ordenar algunos relacionados con la política y llené un bloc de notas. Reparto de poder, reparto de cromos y suicidio político son la reflexiones más frecuentes, a las que habría que añadir otros argumentos de reflexión social y económica como la desbandada de inversores y la fuerza abierta contra el partido del Gobierno. Me quedo con esto último.

La fraseología usada por los políticos de izquierda contiene un elevado grado de belicismo que asombra a algunos amigos sociopolíticos extranjeros. Hundir al PP, machacar a Rajoy, acabar con Cospedal, echar a la derecha del país, expulsarles de las instituciones, acabar con ellos de una puta vez, ahogarles en su propia sangre. Esto, señores, no es una batalla. Es una guerra en la que se usan todas las armas y se disparan todos los venenos. Hablar de contienda fratricida es poco. Lo que hay es una pasión enorme por ocupar el poder. Una pelea despiadada por ocupar los sillones. Una enfermedad por mandar. Una locura por salir a largar en los medios y sacar pecho en fotos y saraos.

Algunos transforman los besos de los niños en rugidos de fieras. Otros convierten el discurso en un carrusel de llamadas y correos. Los hay que usan el móvil como un arma atómica o la tele contraria para regocijarse en la memoria de los muertos del 36. Esta es la ola que invade los espacios y, en particular, el PSOE, por boca de Pedro Sánchez, que se echa en brazos de la de la extrema izquierda. Aquí, en Madrid, el personal quiere saber qué hará Manuela y su equipo, una de cuyas féminas se paseó en pelota picada por la capilla de la Universidad. Distracción no va a faltar ni protestas tampoco. La política deja de ser ciencia para convertirse en espectáculo de masas.

La ola que viene es una pasión ibérica. En estos momentos los bostezos superan las ansias de saber cómo funcionará la extrema izquierda en Madrid y en Barcelona. Las imágenes que salen en las televisiones presentan a Manuela Carmena, apartando el pelo teñido de la frente, sujetando las gafas anticuadas y sonriendo dentadura provecta. Colau no para de sonreír en Barcelona. Está tan feliz que aparcó la función de administrar, exhibiendo un rostro copiado de Elsa Pataky. Colau no se lo puede creer. Quién se atrevería a pensar que llegaría a ser la reina de las Ramblas y la emperatriz del Ensanche. Luego dirán que la política no es democrática. Le tengo que decir a Rajoy que este país, corralón de arbitristas y solar de envidias, sólo lo pueden gobernar los pelotas de los partidos y los clientes de los bares apurando dos carajillos y un café. Por eso Aguirre ha estado tanto tiempo en casa tras las elecciones; es la mujer que tenía a la capital del Reino en un puño y al partido en el bolso. Sacó mayoría y después vio que Manuela le ha quitado el puesto y Rajoy ni le saludaba. Osti, qué derrumbe de certeza y hundimiento de estructuras. Es lo bueno que tiene la política. Derriba a los ídolos y los deja a los pies de los caballos. Están después los que no creen en el sistema pero se aprovechan de él. Los que llaman mangantes a los políticos, pero les hacen la cama. Los que califican a los banqueros estafadores pero reciben trato de favor... etc.,etc., etc.