A. ceballos
El Faro | Viernes 29 de mayo de 2015
Tras la tempestad (elecciones del 24-M), poco a poco está llegando la calma. Los que son sabios de a diario ya nos han advertido que estamos ante un año decisivo, que de la configuración electoral resultante después de las generales de finales de año, habrá que modificar la ley electoral, aclimatarla a los nuevos tiempos -que no a las necesidades de cada uno- y que lo más adecuado, visto lo visto, será instaurar una segunda vuelta.
De paso, digo yo, también podrían echar un vistazo a ese tan anticuado “día de reflexión”, que más bien parece “la jornada de los malos rollos”, para eliminarlo de una vez por todas. En cualquier caso, además de la ley electoral, los que también tienen que darse una vuelta a sí mismos son los propios partidos políticos, sobre todo a la hora de afrontar el presente bajo el reflejo de su propio pasado y los retos que les planteamos los ciudadanos de cara al futuro, porque aquí todo el mundo mira para Dinamarca, donde algo olió a podrido alguna vez, pero seguimos con la sensación de hacerlo sin voluntad, sólo porque está de moda. Más o menos como ver ‘Borgen’ o ‘Juego de Tronos’, aunque eso de ver series en televisión o películas antiguas se ha convergido en una especie de sabiduría frente a la insoportable levedad de la cartelera de cines que aún sobreviven en nuestro país a base de ‘vengadores y apellidos’. De hecho puedo asegurarles que mi único momento de paz, y quiero pensar que de sabiduría, llegó el jueves de la semana pasada cuando por la noche pude desconectar de todo con una película de hace casi ¡¡80 años!! (“Vivir para gozar”), de esas que, como suele decirse, “ya no se hacen”, entre otras cosas porque nos faltan George Cukor, Cary Grant y Katherine Hepburn, pero también su forma de entender el cine y... dejémoslo ahí, que me pierdo. Pero volviendo al principio, es decir a la política y a los políticos, lo que más se está repitiendo en el entorno de los nuevos concejales y diputados regionales es la manida frase de: “El pueblo es sabio y nunca se equivoca”. Y qué bien suena, aunque algunos la pronuncien con abnegación o sin convicción. O eso de “la esencia de la democracia”. Es lamentable ver cómo algunos parece que acaban de descubrir, no la palabra, sino la democracia por sí misma, aunque esta lleve en vigor desde hace casi 40 años en nuestro país.