Opinión

Hablemos de la otra ‘prisa’

El mirador

T. Losantos

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Ya me gustaría a mí estar en condiciones de caer en la tentación que ha revuelto ondas y tabloides, ese boicot formal del Partido Popular al grupo de comunicación Prisa, el PP contra la poderosa Prisa, un puñetero, emputecido lío de pies.

Pero no sabría como enfocar ese pútrido asunto desde un prisma local, ni me conviene la pirotécnica política.De la prisa que hablaré es de la otra, a la que la Academia le admite media docena de acepciones, no todas, por cierto, relacionadas con la urgencia (lo digo porque hay una que me lleva a la Prisa de la que no debo hablar: “rebato, escaramuza o pelea muy encendida y confusa”). La prisa, en fin, con la que vamos todos a todas partes, premiosos, humillados por el reloj. La prisa prisionera del tiempo.

Se ha presentado la asociación Slow food, que ya ha echado a andar. Se oponen sus gentes al fast food, la odiada y exitosa comida rápida que nació en el planeta americano y se ha extendido por todas sus barriadas. Los del movimiento slow se pusieron en marcha en Italia hace unos lustros y, despaciosos (cómo si no, si hasta su icono es un caracol) y van poblando la tierra, incluida Norteamérica, maravilloso y paradójico lugar, en donde según contaron el domingo son tendencia pujante.

Lo de la comida rápida tiene mucho que ver con la prisa. En estos tiempos, ¿quién puede comer despacio y disfrutar de una larga sobremesa? La derrota del caracol no tiene que ver tanto con el abandono de los viejos cultivos -la sensualidad del azafrán que se recupera en el Jiloca- como en el mundo presuroso en el que vivimos, al ritmo del imperio USA. Son los dueños incluso del vocabulario: slow es una palabra suya.