P. Bujalance
El Faro | Viernes 27 de marzo de 2015
Sentado hace días delante del televisor me topé con unos tertulianos que daban por muertas y enterradas las siglas de Izquierda Unida. Así tal cual: se acabó lo que se daba, eso es todo amigos. Los tertulianos en cuestión justificaban su vaticinio basados en lo que últimamente dicen las encuestas, aunque luego no dudaban en calificar a Podemos como un nuevo producto procedente precisamente de las encuestas.
Las tertulias políticas en televisión nunca fueron muy divertidas, ni siquiera ahora que las emiten, también, en horario de máxima audiencia. Lo cierto es que la ruptura del pacto de Andalucía (previo a la convocatoria de las elecciones celebradas el pasado domingo), y la más que notable proyección de Alberto Garzón han favorecido que los argumentos de la coalición giren últimamente, en su mayor parte, en torno a una sola idea: “Nosotros somos de izquierdas, los otros no”, como si el hecho de ser de izquierdas constituyese suficiente garantía. Y no digo yo que no sea así, aunque dudo que la gente que se levanta todos los santos días a partirse la cara para llegar a fin de mes vaya a dar este eslogan por bueno.
Lo paradójico es que, decían aquellos analistas, la única opción para Izquierda Unida pasa por dejar de ser tal e integrarse en Podemos, una fuerza política que ha prestado no pocos esfuerzos en pregonar eso de que no es ni de izquierdas ni de derechas. Y, si esto es así, la izquierda española está fenecida.
Luego, en fin, existe la letra pequeña. Izquierda Unida y Podemos, junto a ERC, rechazaron hace poco, y tristemente, la posibilidad de condenar la persecución de los opositores del gobierno venezolano, y a menudo son estos gestos los que hablan más de las adscripciones que los mismos eslóganes.
Así las cosas, conviene advertir que la desfragmentación de la derecha española se ha resuelto mejor que la de la izquierda con vistas al espectro ideológico de los votantes: quien se considere de derechas y ríase la gente, siempre puede votar al Partido Popular o a Vox; y, quien no llegue a tanto, siempre puede seguirle el rollo centrista y liberal a Ciudadanos o UPyD.
Pero en la otra ala, nadie que se considere de izquierdas o de derechas votaría a un partido que se dice de izquierdas pero que incurre a veces en prácticas políticas contrarias a este signo (PSOE), ni tampoco a un partido que afirma categóricamente no ser ni de izquierdas ni de derechas (Podemos); entre otros motivos porque la izquierda, y así lo está demostrando IU en sus presuntos últimos coletazos, se reivindica siempre como tal. Una izquierda sin chapita en la solapa no es izquierda. Es más bien un complejo.
Y todo esto viene a cuento porque yo estoy convencido de que España necesita una izquierda igual que una derecha y un centro. Y que la absorción de IU por Podemos me parecería una solución nefasta. Si de lo que se trata es de que el pájaro vuele, claro.