El Faro | Lunes 23 de marzo de 2015
Si olvidamos los programas -algo que a mi juicio no requiere mucho esfuerzo- y sólo analizados el ruido mitinero que promete nuevos horizontes, rezuma de acusaciones de corrupción y desafueros contestadas siempre con el reiterativo y tú más y escuchamos las proclamas de cándida y angelical pureza de los nuevos partidos que compiten con las de mérito y experiencia de quienes han protagonizado los últimos decenios, concluiremos que la algarabía actual recuerda, de modo tan vivido que sorprende, a las de las primera elecciones democráticas de nuestro país.
Volvemos a sufrir una estructura política tambaleante y una sopa de letras de partidos. Ha aparecido un amplio elenco de actores noveles entre los que debemos elegir el reparto que protagonizará las próximas temporadas. Si en los años setenta, la izquierda vendía progresismo descorbatando a Felipe González que lucía chaqueta de gruesa pana, el ‘sincorbatismo’ de esta campaña no distingue ideas. En el centro -ese evanescente sentimiento que solo refleja la mera moderación de izquierdas y derechas- a Rosa Díez le ha tocado, por edad, experiencia y carrera política previa el papel de Fraga, en tanto que Albert Rivera asume gustoso el de Adolfo Suárez y hasta reivindica la herencia política del gran muñidor de la transición.
La izquierda se radicaliza y practica la arqueología prometiendo expropiaciones, revoluciones y barricadas en la era de las redes sociales. Y otra vez olvida que no hay nadie menos revolucionario y más conservador que quien tiene algo que conservar. Así que el tradicionalismo quedará para las ciudades bulliciosas porque los pueblos son más de andar seguro y pausado. Y como entonces los nuevos partidos se nutren de cuadros y dirigentes provenientes del sistema. Los más mayores recordarán a centenares de jerarcas del Movimiento que cambiaron sin pudor la camisa azul por la pluralidad cromática y a jovencitos de la OJE que juraban ser demócratas desde la niñez. Ahora, a las nuevas formaciones les llega el aluvión de acuerdos del PP y PSOE que, curiosamente, caen del caballo, como San Pablo camino de Antioquía en cuanto les ciega la luz... de un buen cargo a meses vista. Y como siempre -se ve que ese es el destino de España- aunque muchos se autoproclamen liberales, seguimos sin noticias de un partido liberal.