Opinión

Islamistas y crisis europea

El Faro | Lunes 23 de marzo de 2015
Resulta cada vez más preocupante que jóvenes europeos, quieran alistase en las filas del Estado Islámico para intentar defender voluntariamente los postulados de esta nueva forma de terrorismo internacional. Sin embargo, tal realidad, si no fuera por los últimos atentados, suele pasar desapercibida entre nosotros, probablemente porque no le damos mucho crédito o porque siempre es más cómodo mirar para otro lado. Sin embargo, los datos que se publican acerca de las estimaciones de jóvenes europeos que son reclutados por el terrorismo internacional de corte islámico, debieran empezar a preocuparnos y muy seriamente.


En efecto, los padres de estos chicos y chicas, entregados completamente a la causa más fundamentalista del Islam, a la sinrazón y a la barbarie, se preguntan, y no sólo ellos, por las razones que han conducido a sus vástagos a tomar tan asombrosas decisiones.

Pues bien, un intelectual europeo, el filósofo francés Finkielkraut, polémico donde los haya, ayuda a pensar sobre la cuestión. Por un lado porque el proyecto europeo, plano, superficial, tecnocrático, aburre a los jóvenes cuando no es motivo de censura y de crítica. En este sentido Finkielkraut decía en una entrevista reciente que hoy Europa reniega de su identidad y para no herir a los recién llegados, se silencian las raíces cristianas de Europa. Como si la solidaridad, la separación del poder temporal del espiritual o el imperio del Derecho y la justicia fueran ideas caducas o impropias de la dignidad humana. Ése es el problema, que algunos, muchos de los que mandan, les avergüenza reconocer la realidad y trabajar para construir el viejo Continente sobre el pensamiento (sentido y fin de la existencia y de la realidad), base de la cultura griega, sobre la justicia (dar a cada uno lo suyo), corazón de la cultura de Roma, y sobre la solidaridad (compromiso con otros), alma del cristianismo.

Finkielkraut piensa que estamos ante una inminente catástrofe: una crisis de civilización que puede conducir hacia la desaparición de Europa. Esta afirmación, hay que saberlo, procede de un intelectual que también fue maoísta en su juventud, hoy tachado de reaccionario que, guste o no, piensa en libertad y transmite sus ideas sin miedo a la crítica. Su libro ‘La identidad desdichada’ plantea con agudeza e ingenio la necesidad de superar la perspectiva tecnoestructural europea que lamina tradiciones culturales de las naciones, que anula iniciativas sociales y que pretende liberar a la identidad de toda pertenencia nacional.

El atentado de París debe ser condenado con todas nuestras fuerzas porque nadie es dueño de la vida humana como para decir cuándo y de qué forma debe empezar y terminar. Toda forma de violencia es execrable, abominable y es inaceptable desde todo punto de vista infligir la muerte a nadie, sobre todo en nombre de religiones o creencias. Dicho esto, yo no soy Charlie Hebdo porque la libertad de expresión no puede ser un arma para atacar las convicciones más profundas de nadie, esté o no esté de acuerdo con las nuestras. La libertad de expresión también tiene límites y uno de ellos es el respeto a las ideas y convicciones de los demás.

Se podrá estar o no de acuerdo con ellas, pero de ninguna manera es legítimo en democracia ridiculizar o estigmatizar, insisto, las más profundas convicciones religiosas de nadie.