Belén Goñi
El Faro | Jueves 05 de marzo de 2015
Había una vez un niño que gritaba ¡qué viene el lobo! y todo el pueblo salia a ayudarle, pero el lobo no venía. Un día, el lobo vino de verdad, pero ya nadie creyó al niño y nadie salió... ¿Les suena? Como cada vez que hay elecciones: empezamos a oír ese mensaje de que hay que ir a votar a una u otra opción porque si no vendrá el lobo y nos comerá. Pero, ¿será bastante ese repetitivo mensaje para movilizar a los votantes?
Lo cierto es que hay muchas personas desencantadas que quieren un cambio y que ya han decidido que si tiene que venir el lobo, que venga, que nos dé un susto y así todo el mundo limpiará y hará la tarea que no ha hecho en años. Pero claro, ¿y si el lobo se instala y se queda? Y ¿cuánto puede destrozar y “comerse” un lobo en cuatro años campando a sus anchas?
Frente a este cansino mensaje de vótame que la alternativa es peor, sería estupendo oír otro ilusionante y creíble que nos anime a votar. Sin embargo, eso es más fácil de decir que de hacer. En primer lugar, porque cualquier programa electoral que anuncie futuras acciones ha quedado tocado de muerte por los incumplimientos de Rajoy en tema de impuestos y aborto que han contagiado a toda la clase política, afianzando la idea de que los programas electorales son papel mojado y no se cumplen. En segundo lugar, porque las cosas las hacen las personas y resulta poco creíble que las mismas personas vayan a hacer cosas más fantásticas de las que han hecho cuando han tenido ocasión. Y claro, cambiar a las personas es complicado pues algunos difícilmente encontrarán otro medio de vida y porque entre todos hemos conseguido ahuyentar a la gente buena de la política. Hace falta ser un sufridor nato, con ganas de trabajar muchísimo por un sueldo fuera de mercado para ser examinado con lupa (patrimonio incluido), expuesto a que te quiten honra sin comerlo ni beberlo. Es lógico que la mayoría no esté deseando dejar su vida actual para meterse en este incierto infierno.
Por otro lado, está la cuestión generacional. Los jóvenes temen mucho menos al lobo que los más mayores. Para muchos, la música de renovación del flautista de Hamelín es mucho más atractiva que los tambores de guerra. En su mayoría, leen poco papel y no escuchan debates o largos discursos. Transitan entre el mundo de la televisión y las redes sociales y, por tanto, están mucho más influidos por lo que se mueve en esos medios. De ahí que los políticos al uso no se manejen bien al no ser estos sus medios habituales y, por tanto, sus mensajes no calan. Además, las redes son nacionales y los mensajes muy locales se pierden en ellas.
Pero entonces, ¿es que lo del lobo es mentira? No, lo del lobo es cierto, lo que ocurre es que muchos están hartos de oirlo y de que las cosas no cambien a mejor. No nos engañemos. El hecho de que un partido se presente a las elecciones y asista al Parlamento bajo unas siglas no hace a nadie demócrata. Basta escuchar las declaraciones de algunos, de uno u otro signo, para poder adivinar que de demócratas no tienen nada. Son lobos disfrazados con piel de cordero que se tiñen las patas de blanco y se suavizan la voz porque la estrategia de aporrear la puerta y entrar a lo bestia ya no funciona y han encontrado otra. Sin embargo, no se han movido ni un ápice de sus convicciones de antaño.El lobo ya no es suficiente para animar a los ciudadanos a ir a votar ni tampoco para convencer a los más jóvenes.