Leopoldo Fernández
El Faro | Lunes 23 de febrero de 2015
Vaya días está pasando el Partido Socialista!. Entre el golpe de mano de Pedro Sánchez contra él hasta el pasado miércoles secretario general del Partido Socialista de Madrid (PSM), Tomás Gómez, y los hallazgos judiciales con nuevos testimonios del corrupción en los cursos de formación y ERES de Andalucía, atraviesa un auténtico calvario en una especie de autodestrucción forzada a poco más de un mes de la cita electoral andaluza y a tres de las elecciones locales y autonómicas. Las consecuencias están por ver tras el inesperado golpe de autoridad del secretario general, que ha entrado a saco en plan ajuste de cuentas interno.
No parece normal que el socialismo andaluz sea debilitado en estos momentos preelectorales, ni tampoco que el propio Sánchez se juegue su futuro a una sola carta cuando ha dispuesto de tiempo más que suficiente para despachar desde hace meses a un Gómez incómodo, desafiante y prepotente pero en tremenda caída electoral. Debió actuar antes, y hacerlo tras consultar con los barones del partido una salida digna para quien ha ganado batallas épicas a Rubalcaba y a Zapatero, fulminando a todos los rivales que el partido le puso en las distintas elecciones a la secretaría general del PSOE madrileño.
Sánchez ha utilizado como disculpa para su defenestración el inicio de acciones judiciales por el sospechoso sobrecoste del tranvía de Parla (municipio donde Gómez fue alcalde), que pasó de 108 millones a 149 y luego a 256, incluyendo intereses, lo que llevó al Ayuntamiento a la quiebra, según investigaciones de la UDEF y de la Fiscalía Anticorrupción. Pero la realidad es más compleja y más sorprendente. Todo apunta a que Pedro Sánchez ha querido dejar claro que es Ferraz quien impone, quien dicta y quien tiene la última palabra en las cuestiones importantes. El mensaje sirve tanto para una Susana Díaz que desde hace tiempo concita las esperanzas de los grandes prebostes del partido -ante la debilidad y falta de liderazgo de Sánchez, cada vez más cuestionado por los llamados barones- como para aquellos otros dirigentes de varias federaciones territoriales que van por libre e incluso se permiten mantener contactos discretos con representantes de Podemos con vías a eventuales acuerdos tras las elecciones de mayo.
Los barones están sumidos en un mar de dudas. Por un lado no quieren desautorizar abiertamente a Sánchez por su actuación ante Gómez. Sin embargo, tampoco desean mostrarse complacientes con unos modos que no casan con las prácticas socialistas, de ahí la ambigüedad calculada de todos, incluso la del propio Felipe González. En fin, lo cierto ahora es que Tomás Gómez, que en ocho años redujo a la mitad la militancia del PSM y cosechó los peores resultados de la historia en la capital, ya no está ni se le espera. Ha entregado el acta de diputado de la Asamblea de Madrid y, aunque quiere seguir como miembro de la Ejecutiva Federal y de Garantías Electorales, está solo, como un verso suelto. Es historia y pasará al olvido por obra y gracia de un osado golpe de mano.