José A. Fernández
El Faro | Lunes 02 de febrero de 2015
Federico Chopin, en una carta enviada a un amigo, le decía: “Debemos resignarnos a pagar nuestro tributo a la calumnia”. Hoy la calumnia se ha convertido en el azote del mundo. Se trata de una doble injuria: primero por el que la hace y después por el que la cree. En este sentido, es muy conveniente advertir que tan responsable es el embaucador como el embaucado, pues los embaucadores hacen su agosto en la mente de los débiles, donde habita la ignorancia. Ya 400 años antes de Cristo, uno de los siete sabios griegos advirtió que nada más común hay en el mundo que la ignorancia y los charlatanes.
La calumnia es enfermedad de los demás que se declaran en nuestro cuerpo, es obra de la ignorancia y discernimiento preventivo; y diríamos que encuentra su germen en la envidia, con efectos distintos, al modo que la abeja y la avispa liban/chupan las mismas flores pero no logran la misma miel. Reconozcamos que con una mentira se puede ir muy lejos, pero sin esperanza de volver. Por eso debe abstenerse de mentir quien no esté seguro de su memoria.
A la corriente propia del vulgo -fácil frase para la manipulación y que en buena medida se alimenta del mal ajeno-, se suman quienes alcanzan las condiciones propias de psicópatas. No debemos asombrarnos, pues seguro que tenemos cerca de nosotros alguno, versión masculina o femenina. Con ser lo suficientemente inteligente, no resulta difícil percatarse de tales conductas psicopáticas.
Para empezar advertimos que no hace falta descuartizar a alguien para estar orate (pérdida de juicio o prudencia). Los calumniadores suelen tener un amor desordenado y excesivo hacia sí mismos, incluso se puede decir que el patrón de su conducta se vertebra sobre la impresión de grandeza sobre su propia persona; y, muy importante, la necesidad del reconocimiento de su entorno. Otra característica propia es su afán de manipulador porque al no tener sentimiento de remordimiento o culpa, jamás se sienten en deuda. Por ello, el problema siempre lo tienen los otros. Les falta empatía, son vengativos e indiferentes y por eso suelen manifestar su crueldad en el momento menos pensado. A todo ello hemos de sumarles su falta de reflexión sobre las consecuencias de sus acciones. En resumen: son unos irresponsables.