Pedro Bujalance
El Faro | Viernes 09 de enero de 2015
Pues parece que quien se la juega este año a cara de perro es el bipartidismo. Todo apunta a que en las próximas elecciones habrá que vérselas con nuevos partidos dispuestos a gobernar mucho más allá del pacto, y esto va desde los ayuntamientos hasta la Moncloa. Hasta ahora los dos grandes partidos patrios se han limitado a reaccionar apelando al miedo, lo que no deja de corresponder a cierta tradición de la política española.
Mariano Rajoy recuperó recientemente un argumento fetén, al que ya le ha echado mano en más de una ocasión: el bipartidismo es un modelo ampliamente asumido en países estables y fuertes; por tanto, concluye el presidente, aceptando la falacia ad hoc, cualquier otro sistema está abocado al desastre. Pero si hace un año se hablaba de la desafección de los ciudadanos hacia la política, el tiempo ha demostrado que el desapego iba dirigido únicamente al PSOE por no haber sabido gestionar la crisis y al Partido Popular por empeñarse en resolverla a base de multiplicar los desequilibrios y empobrecer a la sociedad (eliminar, por ejemplo, el impuesto de la matriculación de los yates de lujo es una forma de hacer país como otra cualquiera); así como a Izquierda Unida, que conste, por renunciar a lo que se esperaba de sus siglas.
Por todo ello cabe preguntarse: ¿Será España, por tanto, un país más débil sin bipartidismo? El tiempo lo dirá. Pero el ping-pong de por sí no es una garantía de estabilidad. Los países con un eje dual bien arraigado no son más inmunes a la crisis: en todo caso, lo que sí les caracteriza, por más que asienten sus territorios en dispositivos federales, es una conciencia nacional de la que carece España; y no me refiero al orgullo primario que insta a sacar pecho en el desfile (Dios me libre), sino a una emoción de responsabilidad. Al político español sólo le quedan dos opciones para compartir una cultura nacional: la nostalgia del rancio acuartelamiento franquista abonada por el Partido Popular o el cable lanzado a los nacionalistas regionales, injustos, insolidarios y totalitarios, a cuya hegemonía han contribuido tanto la izquierda (sí, incluyan al PSOE e Izquierda Unida, y he aquí un caso incomprensible y único en Europa) como la derecha (recuerden que Aznar incluso hablaba catalán en la intimidad).
Y es que ninguno de los partidos que ha gobernado España desde el año 1977 se ha preocupado por hacer ver a los votantes que son ellos los que gobiernan y que el país es cosa suya. Al contario, siempre se les ha hecho sentir como intrusos. Y si al final la democracia consiste en la compraventa de mercancía, cada cual velará por la salud de su negocio. Los caraduras del bipartidismo confían en que el camelo sería suficiente, pero no. Habrá que hacer política.