Pablo Sanz, rodeado de toda la discografía de Rocío Jurado (Foto: ENRIQUE PEÑAS)
JAIME FRESNO | Miércoles 22 de octubre de 2014
Pablo Sanz, natural de la Plaza de los Cuatro Caños, 17 de abril de 1950, pertenece a ese selecto grupo de artesanos que construyen la historia extraoficial de Collado Villalba a base de manifestaciones artísticas de toda índole. La suya es la copla, a resultas de una devoción por Rocío Jurado que data de su adolescencia. Tal es así, que Pablo es popular en Collado Villalba por cantar copla y canción española en el Mesón Titi, lleno a rebosar cada tarde de Nochebuena desde hace casi una década para ver actuar a un cantante aficionado con pasión profesional, que sabe rodearse de músicos capaces de brillar sin demasiados apoyos técnicos. Un espectáculo que reúne cada Navidad a un público variopinto utilizando el boca a boca, sin programas culturales. Se sabe que canta Pablo, y punto.
¿Cuándo y dónde le entró la fascinación por Rocío Jurado?
A los 16 años, creo. Estuvo rodando su segunda película, Proceso a una estrella (1966), en Villalba Pueblo, con Giancarlo de Luca. Yo estaba jugando cerca de la Huerta de Don Salvador, donde se rodó. La vi y me llamó la atención esa mujer, aparte de que a mí siempre me ha gustado el mundo del cine y la copla.
Pone sobre la mesa un sinfín de discos, datos biográficos y álbumes de fotos de Rocío. ¿Cuál es el objeto de su colección?
Es una satisfacción personal para mí. He pasado muchas horas con ello y es bonito.
¿Cuándo la empezó?
La discografía que tengo es de hace muchos años, pero a raíz de que empezó su enfermedad, empecé con sus cosas.
¿Le falta algún disco?
Creo que no. Tengo todos.
¿Qué es lo que más le cautiva de ella?
Su voz y la manera que tiene de salir al escenario. No es como las demás folclóricas, que salen ahí con su bata de cola. Esta mujer ha sabido llevar la copla con otro tipo de vestuario.
¿Hace el trabajo sobre ella con pretensión de hacerlo público?
Es algo personal mío, aunque la Navidad pasada, en el Mesón Titi, quise hacerla un homenaje cantando sus mejores canciones, aunque no me considero un cantante. Eso me estimula porque lo ve muchísima gente de Villalba.
¿Cómo nació ese pequeño gran festival en casa de Titi?
Es una tradición ya de años. Empezó como una tontería de cánticos y ahora, gracias a Titi, nos juntamos con músicos como los hermanos De la Fuente, Paquito Castillo, mi primo Mil Hombres...Y este año incorporamos a Canario. Luego tengo un guitarrista que se llama Fernando, que es el que dirige todo. Gracias a él sacamos muchas cosas adelante. No es que seamos cantantes, pero yo tengo mi apartado de la copla, y lo mismo canto a Lola, que a Rocío, o a Antonio Molina y Raphael. Luego ellos cantan villancicos, que este año han grabado para aportar fondos a Apascovi.
¿Son todos conscientes de que esas actuaciones ya son un gran acontecimiento social?
Sí, lo que pasa es que es un local pequeño y no puede entrar todo el mundo que quiere. No damos más abasto. Podríamos hacerlo en otro sitio más grande, pero no quiero que esto trascienda, porque igual esto ya me ha llegado un poco tarde.
¿Villalba está en deuda con Titi?
Sí. Es un tío que ha cogido todo tipo de tradiciones, que sin él se habrían perdido, como San Blas, la Peña Redondera, la Luminaria, el entierro de la sardina. Bajo mi punto de vista habría que hacerle un buen homenaje, porque se lo merece.
¿Y Villalba sabe cuidar a sus personajes?
Para mí es una gran satisfacción que vengan a verme gente que nos conocemos de muchísimos años, de Villalba Pueblo, o de la Estación, donde creo que tengo más admiradores. Se traen a familiares y dicen: “vamos a ver a Pablo”. Van hasta clientes míos del trabajo.
Se puede decir que el Pablo cantante es el ‘alter ego’ del Pablo vendedor de muebles?
Me cambio el disfraz totalmente, sí. Dos días al año. Siempre estoy deseando que llegue la fecha de cantar. Me preparo solo el espectáculo, con mi atrezzo, mis letras, mi vestuario. Soy un showman, según la gente.
Debe ser un ceremonial crear la escenografía y reunir el vestuario...
Llevo como tres bolsas. Mantones de Manila, abanicos, fulares. Muchas prendas me las presta gente de confianza, porque no todo el mundo te deja ese tipo de cosas. Son prendas delicadas. Y para cantar Antonio Molina, mi amigo Manolo El Colchonero, al que tengo mucho cariño, me deja un capote todos los años.
¿El ambiente en el escenario le pone el vello de punta?
Muchísimo. Hay que tener mucho valor, como los grandes artistas, porque hay gente de todo tipo y algunos confunden una cosa con la otra. Yo hago mi número y me lo paso muy bien. Y si yo me lo paso bien, que soy el interesado, pues el que no quiera verlo, que se marche.
Luego hay gente que no entiende su mutación a cantante...
No, porque son sólo dos días en los que cambio la corbata del trabajo por lo otro. Yo me motivo y estoy a gusto porque me viene a ver mucha gente de todo tipo y clase y para mí es muy importante en mi vida cuando me aplauden y me animan con el ¡Pablo, Pablo!. Creo que a mis amistades el número les gusta.