El Faro | Lunes 15 de diciembre de 2014
Tras ser apartado por las autoridades eclesiásticas de Galicia, Miguel Rosendo decidió trasladarse a la Sierra madrileña, adonde al parecer llegó hace unos meses acompañado por los seguidores más fieles de la Orden y Mandato de San Miguel Arcángel, ahora convertida en La Voz del Serviam. El fundador de esta organización fue detenido en la mañana de ayer en Collado Villalba, en principio por un presunto delito de asociación ilícita, aunque sobre él se ciernen también las acusaciones hechas esta misma semana por ex adeptos y familiares de fieles que hablan de abusos sexuales, físicos y psicológicos, además de apropiación indebida de bienes. Las denuncias realizadas en su momento provocaron que Rosendo fuese apartado del liderazgo de la Orden, aunque su actividad no habría acabado ahí, sino que continuaba operando en nuestra comarca, concretamente en Collado Villalba -ayer estaba previsto que se celebrase aquí una reunión de este grupo, al que muchos consideran abiertamente como una secta peligrosa y destructiva- y San Lorenzo de El Escorial, donde tendrían un chalé en el que vivirían las religiosas de esta supuesta orden, conocidas como miguelianas.
Los testimonios de familiares y también de algunos antiguos adeptos relataban escenas deleznables y todo tipo de abusos, con el fin de anular la personalidad de las víctimas. Atendiendo a estos hechos, estaríamos ante el comportamiento clásico de una secta, aunque ahora deberá ser la Justicia la que investigue a fondo estas cuestiones.
En cualquier caso, de lo que no cabe duda es que la propia Iglesia católica, primero en Galicia y luego en Madrid, había censurado la actividad de la Orden y Mandato de San Miguel Arcángel y de su mutación en La Voz del Serviam. Sin embargo, el contenido y la alarma que generan denuncias de este calado demandan una actuación más contundente aún. Es imprescindible mostrar determinación y firmeza para dejar claro que organizaciones como ésta nada tienen que ver con el mensaje y la labor de una Iglesia que debe posicionarse de forma nítida, del mismo modo que lo está haciendo ahora en los casos de pederastia que se han conocido en los últimos años y ante los que durante demasiado tiempo se ha guardado un silencio que no puede comprenderse de ningún modo. Por eso, y al margen del recorrido que este tema tenga en los tribunales, los autoridades eclesiásticas deben condenar con absoluta rotundidad situaciones como éstas que hemos conocido ahora.