El Faro | Lunes 15 de diciembre de 2014
En estos tiempos se están haciendo críticas feroces contra nuestro país. Por supuesto que muchas están más que justificadas, pero habría que preguntarse si en realidad somos ese país dividido y fracasado que ahora todo el mundo parece creer que somos. Se habla de un país fascista, totalitario, mentiroso, ineficaz, tercermundista, casposo y cosas aún peores, y repito que hay muchos motivos para creer que somos así , pero quizá nos estamos dejando llevar por una histeria que en el fondo nos resulta muy incómoda y también por una peligrosa pulsión autodestructiva.
Porque nuestros hospitales públicos -y esto se ha demostrado con la crisis del ébola- todavía siguen funcionando muy bien. Y los jueces, aunque con muchas trabas, siguen la pista de los corruptos y están consiguiendo aplicarles la ley. Otra cosa es que la ley sea justa o suficiente, pero es la ley y no se puede aplicar ninguna otra.
Y no conviene olvidar que nada de esto sería posible si realmente viviéramos en un país fascista y totalitario, corrompido hasta la médula como algunos retóricos de la indignación dicen que somos. Si en realidad fuésemos así, la justicia no hubiese investigado ni una sola conducta delictiva. Puede que seamos un país chapucero e ineficiente, sin duda, pero las instituciones siguen funcionando y los colegios abren todos los días a las ocho de la mañana. Según nuestros agoreros apocalípticos, la sanidad y la educación han sido desmanteladas por completo y ahora mismo están al nivel de Camboya, pero basta darse una vuelta por cualquier ciudad para comprobar que eso no es cierto. ¿Habría reaccionado mejor la sanidad inglesa, por ejemplo, ante la crisis del ébola? ¿O lo han hecho mejor en Estados Unidos o en Alemania? Si somos sinceros, deberíamos reconocer que no.
Por descontado que no está bien visto decir esto. Ahora, si quieres tener muchos seguidores en Facebook y en Twitter, tienes que ser apocalíptico y derrotista, y gritar mucho y decir barbaridades. Que los del PP son cucarachas, por ejemplo, sin caer en la cuenta de que eso era lo que se decía en Ruanda pocos meses antes del genocidio de 1994; entonces tendrás fama de ser una persona valiente y decidida.Y honrada, muy honrada, indefectiblemente honrada. Pero si se te ocurre decir algo que contradiga esa visión apocalíptica, es muy fácil que te acusen de ser un corrupto y un miembro desvergonzado de la ‘casta’, aunque tu cuenta corriente esté más pelada que la de quien te acusa de ello. Pero todo esto da igual. Hemos entrado en una dinámica donde parece que ya hemos olvidado todo rastro de pensamiento racional y en la que solo nos dejamos guiar por las pulsaciones más destructivas. Y sí, es cierto, el sistema político está corrompido de arriba a abajo, pero lo que podrá salvarnos como sociedad no es un desmantelamiento radical de todo lo que tememos, sino una reforma inteligente que preserve todo lo bueno que hay -que sigue siendo bastante- y que al mismo tiempo garantice que no se va a repetir el mal funcionamiento de las instituciones que han permitido las conductas deshonestas y el saqueo indiscriminado de los fondos públicos. Y por eso, en vez de los gritos retóricos hacia la ‘casta’, lo que nos hace falta ahora es saber qué medidas podrían evitar que se vuelvan a repetir los casos de corrupción que hemos visto. O al menos que se cometan muchos menos.