Miguel A. Seoane
El Faro | Viernes 31 de octubre de 2014
Siempre se ha dicho que nuestros gestos nos deleitan, y seguro que es verdad. Pero también dice bastante de nosotros cómo actuamos o cómo soportamos los gestos que nos hacen los demás.
En este país se ha instalado desde hace años la moda de las ‘peinetas’, ya sean estas en sentido figurado o reales y literales como la vida misma. Inauguró esta moda todo un ilustre, el señor José María Aznar, quien siendo un expresidente de la nación dedicó nada menos que en una universidad una peineta literal a los estudiantes que, con mayor o menor acierto, pero siempre en el uso legal de sus derecho, protestaban o reclamaban lo que estimaban oportuno. Este hecho, al margen de la desfachatez que supone y lo que dice del individuo en cuestión, es toda una declaración de intenciones y deja bien claro el papel tan importante que nuestros gobiernos otorgan a la educación.
Después han venido las ‘peinetas’ en sentido figurado. Nos hemos acostumbrado a ver, oir y leer que miembros de la Casa Real, ex políticos de primer nivel, exministros, directivos de banca, etc, hayan espoleado y esquilmado las arcas públicas y hayan despilfarrado nuestro dinero para un único beneficio. La lectura de esta ‘peineta’ en sentido figurado está entre terrorífica, abominable y repugnante. Viene a decirnos más o menos lo que una peineta literal: señores ciudadanos, sigan ustedes con su régimen de ‘ajo y agua’ y dejennos disfrutar de nuestra orgía en paz. Obviamente, todos conocemos el papel que nos toca a los demás en la orgía.
Ahora se acaba de sumarse a esta moda el arquitecto canadiense, Frank Gehry, premio Pritzker y autor del Guggenheim de Bilbao quien respondió con una peineta literal a un periodista que le hizo una supuesta pregunta incomoda. El respeto por la ciudad que le acogía (Oviedo), por el premio que le otorgaba (Príncipe de Asturias de las Artes) y por el propio periodista que haciendo su trabajo de cobertura mediática a su obra, fue silenciosamente aniquilado ante un mínimo atisbo de crítica. Algo así como preguntar: ¿Quién carajo se creen ustedes para valorar mi obra? Pues mire, señor Gehry: le entregamos un premio cuyo coste nos repartimos entre todos los ciudadanos de este país, estemos de acuerdo o no con ello. Y entre todos los ciudadanos que soportamos el coste del premio, algunos son o somos críticos con su obra. Quizá también merezcamos una respuesta o, por lo menos, que la pregunta sea denegada con elegancia y respeto.
Esta peineta literal y tan reciente lamentablemente viene a decir lo mismo que las anteriores: señores ciudadanos, no son ustedes merecedores de ningún respeto, sigan apoquinando, sigan venerándome y dejenme en paz. Y, por supuesto, que a nadie se le ocurra, bajo ningún concepto, juzgar ni poner en entredicho mi magnifica gestión, ni me magnifica obra, ni mi magnifica trayectoria, ni mi magnifico mandato, etcétera.
Y justamente eso es lo que hacemos: dejarlos en paz, asentir o disentir con la cabeza, y ante todo, ocupar nuestro puesto en la orgía ese mismo que todos conocen.