Opinión

Los malos tratos y la educación

Tribuna

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Las medidas legales tomadas por el Gobierno de Rodríguez Zapatero contra los malos tratos han sido un fracaso ya que no han conseguido frenar la violencia, sino que las estadísticas arrojan cifras de un mayor número de mujeres muertas a manos de sus parejas. Esto pone de manifiesto que el problema social de los malos tratos requiere una atención más seria y cualificada. Además del tratamiento de los daños, del hecho consumado, también es necesario profundizar más en las causas.

Los malos tratos hablan de un problema de educación o, más bien, de no educación. Resaltado y asumido por la sociedad en roles de un viejo sistema patriarcal. Uno de los principales aspectos que se debería poner sobre la mesa a la hora de analizar este tipo de hechos es el reconocimiento de que el agresor es también una víctima del maltrato de sus padres, familia y entorno. En una sociedad que ofrece al niño una cultura en extremo violenta y agresiva, con grandes dosis de publicidad y uso y abuso contra la mujer. Los salarios de mujeres y hombres, todavía no están equiparados y aún así permanecemos con la boca cerrada.

En ambientes de la sociedad que podríamos denominar educados, es muy común que a los niños se les enseñe la violencia más de lo que parece; si a un niño le pega un compañero en el colegio, la reacción de los padres suele ser mayoritariamente de más violencia, obligando -enseñando- al niño a defenderse y a devolver las bofetadas.

La lucha por la igualdad podrá llevarse acabo mediante la transformación del individuo. Requiere, sobre todo, cambios drásticos en la sociedad y las leyes respecto a los salarios, la publicidad, la televisión, el cine, la educación... La formación de los padres es tan necesaria como la de los niños.

La fiscal Emma González, vinculada al primer juzgado de Galicia de violencia de género, recomienda que los agresores a los que se les suspende la condena de cárcel, les sea obligatorio acudir a talleres de reeducación. Parece ésta una ley bien escasa, aplicada in extremis al hombre maltratador que reitere su violencia doméstica o que incumpla la ley de alejamiento. Aunque lo peor de todo, según parece, es que la Xunta de Galicia no tiene activado ningún programa de rehabilitación, ni siquiera para estos casos tan acuciantes, El hombre maltratador es una víctima que sufre su propia brutalidad y merece una ayuda igual que la víctima que él maltrata. Lo prueba el índice de suicidios que se producen después de matar a su pareja, o se entregan ellos mismos a la Policía. Esto no quiere decir ni remotamente que haya que aceptar tales conductas. La realidad es que al maltratador nadie le enseñó a controlarse y no tiene ninguna idea de cómo hacerlo; de cómo manejar su pánico desatado, no tiene recursos asumidos y ni siquiera tiene medios emocionales para canalizar de manera constructiva la fuerza (del miedo) que lo domina.

No se podrá ayudar a resolver el grave problema de los malos tratos mientras la sociedad no aprenda a contemplar al maltratador como la víctima que es. También se pensaba hace años que la drogadicción era exclusiva de personas viciosas a quienes la sociedad despreciaba y sus familiares se avergonzaban; parecido rechazo sufrían quienes padecían sida. Y ahora, afortunadamente, todo esto ha cambiado.

Parece claro que la solución al problema depende de las dos partes y no sólo del maltratador, porque no existiría un dictador si no hubiese quien consintiera la dictadura. ¿Por qué no se pone énfasis en la dependencia que la mujer tiene del hombre que la maltrata y se le ofrece la rehabilitación que ella necesita? El problema debería contemplarse de manera realista, el hombre tiene que aprender a controlar su ira y respetar a su pareja. La mujer debe aprender a cuidarse ella misma y no permitir que le falten al respeto por segunda vez.