Imanol Villa
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Ssegún el último informe del Gremio de Editores, las ventas de libros en España han caído un 9,7%, lo que supone un preocupante retorno a los niveles de 1994. Evidentemente hay explicaciones para semejante viaje al pasado. La crisis económica, la elevada carga fiscal del libro digital, el 21% frente al 4% que soporta el papel, el aumento de la oferta ilegal de libros electrónicos y la ineficacia de la Administración para hacerla frente, la ausencia de políticas educativas de concienciación de cara a proteger la creación intelectual, el descenso de ayudas a las familias para adquirir libros de texto... Todas ellas, aunque no están relatadas al completo, son convincentes. Entran dentro de la lógica de los tiempos de escasez, recortes y demás obstáculos dinerarios que hacen que, a la postre, invertir en libros no sea negocio.
Los datos son preocupantes. Más aún después de haber observado en los últimos años un ligero repunte en los índices de lectura del país que alcanzaron en 2013 el 63%. Sin embargo, y sin menospreciar en absoluto las razones dadas para su explicación, esa tendencia al alza bien podría considerarse pasajera, o simplemente coyuntural, es decir, que a lo mejor el índice de lectura español del 63% puede que no se deba a un hábito asentado, sino más bien a factores muy puntuales. Y es que el sacrificio de un hábito como el de la lectura no es algo banal. Significa renunciar de manera peligrosa a uno de los mecanismos fundamentales de la toma de conciencia del individuo dentro de la sociedad. La lectura, además de ser un placer, es un ejercicio completo de apertura a la comprensión, de excitación de la imaginación y, lo que es más importante, el factor clave para la potenciación del espíritu crítico. Por ello, debería contemplarse con mucha preocupación el informe del Gremio de Editores. La reducción del consumo de producción escrita, los libros, supone una contracción en cuanto a la formación cultural de la sociedad y, por ende, de la actitud de la misma hacia los problemas que le plantean. Y es que la alternativa a esto es dramática. Dejar que sean otros los que lean y expliquen a su manera el presente, el pasado y el futuro, es zafarse de la maravillosa oportunidad que la lectura crítica ofrece a los ciudadanos. A saber, la posibilidad de nombrar por ellos mismos la realidad.
A pesar de que en verano lo único que al parecer nos interesa son las olas de calor o la tozudez del anticiclón de las Azores, no estaría de más inquietarse por unas cifras que, bien miradas, nos vuelven a sacar los colores. Y de que, a pesar de que el porcentaje de lectores se mantiene en el 63% -en Europa está en el 70%-, en España una de cada tres personas no lee nunca. Se debería reflexionar sobre ello con seriedad y, además de exigir a la Administración una política tendente a la promoción activa del buen consumo de libros, se tendría que aceptar que como ciudadanos tenemos el derecho y la obligación de degustar el lenguaje, estimular la imaginación y potenciar nuestro espíritu crítico.