Opinión

La jungla del asfalto

El mirador

J.M. Álvarez

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El botellón en sí es un acto que reúne a cientos de personas unidas por una misma causa: las ganas de disfrutar, conocer gente nueva y desinhibirse de los miedos que todos tenemos. Yo diría que el botellón es un acto social, un gran acontecimiento semanal para los jóvenes, pero el problema es que quizá no nos estamos dando cuenta de que, al fin y al cabo, la palabra botellón es una gran botella que nos estamos bebiendo cada sábado.

Y aquí es donde yo le encuentro el peligro al asunto, porque además no sólo se bebe en el botellón sino que luego la fiesta continua y seguimos bebiendo en los bares, con lo cual la borrachera aumenta.

Yo me posiciono en contra de los botellones por la simple razón de que, como la bebida sale más barata, uno bebe hasta sobrepasar los límites de la saciedad, y ahí está el peligro: en que no sabemos beber. Al principio todo era muy bonito; empiezan las risas, todos nos queremos, todo es amor y felicidad, todo maravilloso. Luego viene la fase en la que ya no conoces a nadie, sueltas la parrafada. Y el que lo escucha y no ha bebido se queda perplejo porque no le encuentra sentido, y ahí es donde aún te puedes reir. Y en la siguiente fase pueden pasar dos cosas: o se va uno a dormir la borrachera y al día siguiente tiene una resaca considerable o también hay una segunda probabilidad, y aquí es donde empieza lo grave, porque es cuando salen los demonios fuera; empiezan las peleas y los encontronazos y más de uno acaba en comisaría porque el alcohol lo hizo tan valiente que decidió liarse a tortazos con el primero que vio y que le pareció que le miraba mal. Y así comienza el escándalo y la noche se convierte en una jungla donde cada uno se transforma en el animal que lleva dentro, porque todos tenemos nuestro animal, sólo que algunos parecen no saberlo o no querer saberlo. Yo diría sí a la prohibición del botellón, pero también pienso que las cosas no se deben solucionar por decreto.