Lluis Foix
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La política francesa se ha vulgarizado hasta el punto de que no aparece una figura con discurso que sea capaz de sacar de la confusión al segundo país más importante de la Unión Europea. Manuel Valls, 52 años, ha llegado a ser primer ministro, pero ha dicho ya en público -y en más de una ocasión- que su ambición es alcanzar la presidencia de la República Francesa que ahora está representada por la figura de alguien que ha conseguido ser una de las menos valoradas de la historia de Francia.
Manuel Valls, conceptuado como el conservador de la izquierda, ha presentado un gobierno de ‘combate’ que se le puede romper en las manos en unos meses. Porque no es un gobierno fuerte, sino el resultado de una derrota electoral sin paliativos de la izquierda que representa François Hollande, cuyo primer gobierno no ha conseguido salvar la depresión económica y política que vive Francia desde hace algunos años.
Es frecuente, decía el general De Gaulle, que los intereses de los franceses -o de lo que los franceses consideran que son sus interese- no coinciden con los intereses de Francia. Hablaba el estadista que en 1940 mantuvo a Francia en combate; volvió a tomar las riendas en 1958 para evitar una guerra civil y se fue en 1969 cuando los franceses no votaron a favor en un referéndum que nada tenía que ver con la continuación de De Gaulle en el poder. Lo planteó simplemente como una cuestión de confianza. Perdió y se fue.
Valls presidirá el Gobierno porque su popularidad es imbatible. No tanto porque haga política social, sino porque ha escudado la voz de la calle y desde el Ministerio de Interior ha practicado políticas que son las que han dado la victoria a la derecha y extrema derecha en las municipales.
Se da la paradoja de que muchos logros electorales de la derecha han tenido un componente social importante, lo que explicaría que muchas bolsas de votos socialistas se hayan pasado a la derecha. Hollande tiene que llevar a cabo reformas que permitan a Francia cumplir con los objetivos de crecimiento, déficit y deuda que vienen dictados desde Bruselas. Una Francia resfriada es un constipado general para Europa.
Es bueno recordar que la procedencia catalana del primer ministro francés, Manuel Valls, no añade ni resta nada a esta situación.
Tampoco que Ségolene Royal, ex señora de Hollande y madre de los cuatro hijos en común, ocupe la cartera de ecología. Royal se enfrentó a Sarkozy y perdió. Al poco tiempo Royal se separó de Hollande, que en las siguientes elecciones se enfrentaría y vencería a Sarkozy, quien precisamente había cambiado de pareja estando en el Elíseo. Y Hollande convirtió en primera dama a Valerie Trierweiler, que se escapó a una isla lejana al saberse que el presidente salía de noche con casco de motorista para visitar a Julie Gayet, la actriz que se convirtió en su amante. Un lío considerable que forma parte de la vida privada, pero que por ello no deja de tener proyección política. Es poco gaullista.
¿Se imaginan las críticas que este tipo de desatinos amorosos hubiesen provocado a este lado de los Pirineos de ser protagonizados por políticos/as de nuestro país?