OPINIÓN
ALFREDO FERNÁNDEZ | Miércoles 22 de octubre de 2014
La muerte del presidente Adolfo Suárez ha marcado la semana. Parte de la historia de la Transición española y una pieza clave de la Constitución y de la conciliación de todos los españoles. De Suárez se ha dicho casi todo, pero conviene recordar, ahora que la mayoría de los políticos actuales dan la espalda a los toros, que fue un gran aficionado y defensor de la Fiesta.
Conviene saber que Suárez llegó a torear en la plaza de toros de Ávila en 1959. Se anunció en el cartel como El Chico de Cebreros en un festival taurino de noveles, estoqueando una res. Con la capacidad y categoría que resolvió en la vida y en la política, se enfrentó a aquel animal que brindó a su entonces novia, Amparo, con la que luego se casaría y tendría sus hijos. Posiblemente de esa faceta de aficionado heredaría luego su hijo mayor, Adolfo Suárez Illana, la gran pasión por ser aficionado práctico, llegando a tomar parte en muchos festivales con figuras. Antes de caer en su enfermedad, también fue muchas tardes a la barrera de la plaza Las Ventas con el Rey o también en la tradicional Corrida de la Prensa.