Opinión

Adolfo Suárez, un icono de nuestra historia

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Si alguien piensa que en política solo pasa lo que tiene necesariamente que pasar, y que todo viene siempre predeterminado por condicionantes externos, es que no ha estudiado ninguna transición de un régimen autoritario a otro democrático. Ningún país puede enfrentarse a la delicadísima operación de pasar de una dictadura a una democracia si las personas adecuadas no se encuentran en los sitios apropiados y no toman las decisiones correctas. Y esto puede ocurrir, o no. Cuando ocurre, y hay quien está en condiciones de ejercer ese tipo de liderazgo, el país puede salir airoso de la crisis política. Cuando no, el cambio político fracasa, se falsea o solo puede llevarse a cabo con costes elevadísimos (como las guerras) para la población.


Adolfo Suárez fue la persona que necesitaba nuestro país para pilotar la complicada operación de terminar con el régimen autoritario franquista, Se equivoca quien crea que nuestra transición se habría hecho en todo caso, y que a la muerte de Franco no habría otra operación posible que la celebración de elecciones libres, la aprobación de una constitución democrática y la entrada en las instituciones europeas. Es cierto que en 1975, al contrario de lo que había ocurrido otras veces en nuestra historia (la última, en 1931), la escena internacional y la propia estructura social del país eran propicias para todo ello, pero no hay duda que sin el liderazgo político apropiado, el intento podría haber terminado, una vez más, en fracaso. Si triunfó, fue gracias a que Suárez, un hombre que había comenzado su propia carrera política dentro del régimen, pudo alcanzar, no sin dificultades y gracias al decidido apoyo del Rey, la presidencia del Gobierno (al presidente entonces lo designaba libremente el monarca, de entre una terna)
Desde su llegada a la Moncloa (fue el primer presidente que la habitó) en julio de 1976, Suárez rectificó el rumbo incierto con el que su predecesor, Carlos Arias, llevaba casi un año intentando prorrogar el franquismo sin Franco. En solo unos meses celebró el referéndum sobre la reforma política, hizo retornar a los presidentes de la Generalitat catalana y del Gobierno vasco en el exilio, legalizó todos los partidos, incluyendo el comunista, fundó el suyo propio, del que luego se nutrieron en buena parte los dos que desde entonces se han alternado en el poder, convocó las primeras elecciones libres en 40 años, las ganó limpiamente, y pactó con sus adversarios la primera Constitución consensuada de nuestra historia. Después, el liderazgo de Adolfo Suárez entró en declive. Cuando terminó el ritmo trepidante que es propio de las transiciones democráticas y hubo que empezar a hacer política con las nuevas instituciones que él mismo había ayudado a crear, Suárez perdió el apoyo de las elites en las que se había apoyado para llevar a cabo el cambio y de buena parte del electorado que hasta entonces había logrado encandilar.

Las decisiones tomadas por Suárez fueron las correctas, pero no fueron en modo alguno fáciles. Se tomaron en medio de atentados terroristas prácticamente a diario, una fuerte movilización social, una durísima crisis económica y un constante ruido de sables que terminaría explotando con un golpe de Estado (23 de febrero de 1981), ante el cual mostró una gallardía que ya es uno de los iconos con mayor carga simbólica de nuestra historia.

No sabemos que podría haber ocurrido en nuestro país si otra persona hubiera estado al frente del gobierno aquellos años. Pero lo que si sabemos a ciencia cierta es que si hoy tenemos un régimen democrático en España es en gran medida gracias a él. Por ello en el momento de su muerte es de justicia que su gesta no quede en el olvido.