Opinión

El poema de Nielmöller

POR: Carlos L. Rodríguez

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El poema titulado por “Ellos vinieron”, que por error algunos atribuyen a Bertolt Brecht, cuando en realidad pertenece a un clérigo protestante llamado Nielmöller, muy conocido popularmente porque se ha repetido hasta la saciedad para denunciar algunas inhibiciones sociales que propiciaron el auge de los totalitarismos, dice: “Primero vinieron a buscar a los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista; luego vinieron a por los judíos, y no dije nada porque yo no era judío. Tampoco alcé la voz cuando vinieron a por los sindicalistas o los católicos. Luego vinieron a por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada”.


Esto viene a cuento con las declaraciones que hizo Baltasar Garzón tras el boicot a su conferencia en la que olvida esta historia tan simple que resume el mecanismo que utilizan los dictadores y sus aprendices. Explica el ex magistrado que él siempre condujo la lucha antiterrorista en los márgenes de la legalidad, y que fue promotor de un amplio catálogo de garantías para los encausados. ¿De verdad cree que eso le importa a los que le impidieron a él hacer uso de la palabra, y a los asistentes gozar de la libertad de escucharlo? Los alborotadores no estaban precisamente allí porque Garzón haya vulnerado ningún derecho, sino porque fue clave en la derrota de sus amigos etarras.

Hay en esas explicaciones del ex magistrado como una sorpresa subyacente ante lo ocurrido. Pero si soy progresista. Tengo en mi largo historial numerosas actuaciones contra la corrupción; perseguí a Pinochet en su escondrijo londinense; puse en solfa la guerra sucia amparada por el gobierno del PSOE. La respuesta a esta perplejidad está en el poema de Nielmöller. “Boicotean a María San Gil, pero no me sentí afectado porque yo no soy del PP. Luego lo hicieron con Rubalcaba, pero tampoco hice caso porque no soy socialista...” Ahora no faltará alguien que encuentre en ese bochornoso espectáculo un resquicio para pensar que, en el fondo, había alguna razón para increpar al conferenciante. Se equivocará, como se equivocaron los que en su día pensaron que la presión nazi o estalinista era selectiva.

Garzón olvida esa lección de la historia y tampoco parece acordarse de que el terrorismo es como un iceberg con una parte oculta y otra que opera en la superficie aunque amparándose en la legalidad y beneficiándose de la tolerancia del sistema democrático.