José A. Hernández
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Justamente en estos momentos de crisis, en los que la situación económica en nuestro país es tan delicada, es cuando los políticos de los diferentes partidos deberían guardar las formas para enfriar el ambiente y para, en la medida de lo posible, poder evitar que la tensión social se eleve hasta unos niveles difícilmente controlables. Es precisamente ahora, cuando tendrían que medir más las palabras y controlar mejor los gestos, si no quieren provocar un incendio que deje este terreno aún más yerno.
Por eso me llama la atención que ni unos ni los otros adviertan la amarga desolación que han sembrado día tras día al hacernos conocer muchas de las noticias relacionadas con esos “inevitables ajustes” que presagian la ralentización o el paro de programas, y que según la palabra de los mismos dirigentes, generarían cambios cualitativos en todo nuestro entorno que precisamente no nos sacarían de nuestro proverbial atraso. Unos y otros, de izquierdas o de derechas, de centro o ‘mediopensionistas’ deberían ser conscientes de que estas cuestiones han de ser tratadas con sumo cuidado para evitar que generen una mayor desafección política.
Me parece más que preocupante que nuestros políticos no se den cuenta que con sus tretas, con su estilo y con sus broncas, salpicando a diario todo el entorno de una sociedad que empieza a estar cansada y abrumada y por tanto ha empezado a dar muestras que todo esto le produce náuseas. Si es malo que, con este estilo áspero y antipático en el que generalmente discurren las discusiones tanto en las tertulias de radio y televisión, se manchen los periódicos o estos mismos debates se trasladen a los plenos municipales, a los parlamentos regionales o al Congreso de los Diputados y al Senado; peor es aún que esta atmósfera viciada contagie nuestras calles y como consecuencia de ello los ciudadanos empiecen a rechazar cada día más a nuestros representantes políticos.
Así las cosas, es bueno insistir en que, ni siquiera en Carnaval, donde se permite casi todo o en las Fallas donde el humor satírico parece estar por encima del bien y del mal, se intente traspasar determinadas formas de corrección. Desde mi punto de vista sería muy saludable que nuestra clase política volviera a retomar el sentido común para así poder comprender con claridad como las normas elementales de urbanidad son generalmente el resultado de una dura y larga lucha contra el caos y contra la irracionalidad. Por eso no estaría de más que, con sus actitudes, nos explicaran de una vez por todas que la cortesía es el conjunto de pautas que nos defienden de la arbitrariedad y que hace posible la comunicación, la colaboración y la democracia.
La educación es esa serie de frenos que impide que se desborden los caudalosos ríos de nuestras pasiones y de nuestras incontenibles ambiciones. Es conveniente recordar que nuestra natural condición es tan cruel y tan fiera como esos temporales que durante estos últimos días asolan a gran parte de las tierras menos protegidas de nuestro país.