Felix Alonso
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Me he enmascarado en el pasamontañas que utilizaban los niños hace años para cruzar la Lonja del Monasterio en tiempos de frío y ventisca, me he colocado unas gafas negras que me prestó Nicola di Bari y me he ido como un poseso en busca de Herodes a suplicarle que haga algún gesto para el año próximo por quienes tenemos aprecio por la estética, pues sin su colaboración nos podemos encontrar con un estanque para remar con gansos de plástico y nieve artificial en el monte Abantos.
A este paso convertiremos el pueblo de San Lorenzo de El Escorial en el Marina D’or de la Sierra, pues la locura hortera no tiene límites.
Para enjuiciar en su conjunto el Belén-Pardito deberíamos analizar su contenido sin aislarnos del tejido de relaciones ideológicas en que se sustenta y el juego de rechazos y afinidades que provoca su contemplación, que es donde se desenvuelve la verdadera creación. A los que nos identificamos con el ideal apolíneo, nos parece grotesca toda esa representación de enormes columnas con taraceas de falso mármol.
El gran depósito de maniquíes en que convierten la zona peatonal del pueblo cuesta mucho dinero, alrededor de 20 kilos de antes, pero se justifica por el rendimiento obtenido; o sea, que lo primero y fundamental es rendir culto al éxito económico, para unos pocos, dicho sea de paso. El gran problema es que los que defienden ese modelo estético son los mismos que están de acuerdo con que se levante un rascacielos en San Petersburgo para la sede de Gazpron y no tendrían inconveniente en invitar a Foster para que construya al lado del Monasterio la pirámide de la paz, convirtiendo el Jardín de los Frailes en un barrio de ocio con golf y playa artificial debajo de una gran carpa. El mal del “pepus destructivus”, que consiste en una “fleur du mal” que recalifica bosques y fincas rústicas, enladrillando todo para el engorde del “constructus avispadus”, encuentra el antídoto con la colaboración del voluntariado, en estos días tan maravillosos en que los niños son el argumento para padres y abuelos.
Para los que estamos en organizaciones culturales como el Colectivo Rousseau, donde nos cuesta dinero todo lo que hacemos, es un enigma lo de este voluntariado gurriato tan altruista cuando corren tiempos tan hedonistas. Como todos estaban tan ocupados, hemos visto el ciclo de Angelopoulos sin apreturas, reflexionando sobre la memoria y el tiempo, y nos hemos aproximado a nuestras propias vivencias, como cuando José Antonio Jugo (gracias siempre) nos recomendó la lectura del Coraje de vivir, un libro que narra la historia de Maxence, un joven que recorre barrios obreros, fábricas y hospitales y recibe la confidencias de una sociedad desgarrada; las dudas sobre la fe: “al vent, la cara al vent, les mans al vent”, el olor de la quinta sinfonía... ¿Cómo es posible que al montarnos en un autobús sigamos gritando aquello de qué buenos son los Padres Agustinos, que nos llevan de excursión?.