Opinión

El largo catálogo de los parias urbanos

POR: Armando Robles

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Parte del paisaje cotidiano de nuestras ciudades y hasta del campo, son esa pobre gente que a la manera machadiana va pudriendo la tierra; un sinfín de gente vencida, con un horizonte mental tan restringido como grande fue la pretensión oficial de convertirlos en una argamasa humana. Los vemos en calles y plazas de nuestra comunidad, deambulando sin rumbo de aquí para allá, en las puertas de los supermercados, pidiendo, rastreando en los contenedores, dormitando al raso en cualquier rincón urbano. Proliferan como hongos.

El largo catálogo de parias urbanos se abastece con los que han perdido todo, pero también hay dementes, alcohólicos, jóvenes desahuciados y sin ningún arraigo moral, familiar ni emocional, familias enteras, ancianos embutidos en cartones: los estertores del Estado del Bienestar. Dentro del paisaje social sobreabundan también los pícaros, los dispuestos a sacar cualquier provecho de un Estado sin autoridad moral para exigirles acatamiento a las leyes en juego. La Agencia Tributaria detectó el año pasado un crecimiento de casi un 10 por ciento del fraude. El sobre fuera de nómina o las horas extras en negro ganan terreno en nuestro mercado laboral. Un grupo de mujeres que solía recibir donaciones de ropa de un comedor social del sur de Madrid vendía luego las prendas en un rastrillo. Según las aseguradoras, se han multiplicado los casos de españoles que queman sus coches para cobrar el seguro. España es el tercer país del mundo en número de timos por internet. Los comedores sociales han detectado la presencia de un creciente número de pícaros que acuden allí para ahorrarse el almuerzo. Crecen los fraudes masivos a través de las rifas falsas y sorteos fraudulentos.Y esta es sólo la parte del iceberg que encuentra en el latrocinio de muchos de nuestros políticos su cota más alta.

Muchas de estas patologías eran predecibles a poco que se observase el comportamiento delictivo de algunos de nuestros representantes públicos, el escaso nivel formativo de nuestra enseñanza y el grado de disentimiento de algunas instituciones estatales. Nadie quiso enterarse y dejamos que los políticos, con sus normas y sus clanes mafiosos, lo corrompieran todo a su paso. Los demagogos hablan del servicio público, de la grandeza de la política al servicio de los desfavorecidos. Mentira, puñado de mentiras. No hay otra alternativa a este ‘pandemónium’ que el humanismo capaz de redefinir el valor de un ciudadano más allá de la hora de votar. Este sistema ha producido un número mayor de parias de lo que cualquier sociedad decente sería capaz de tolerar. Dicen que esta democracia es el sistema de los hombres libres. Nunca vi tantas cadenas mentales ni una maquinaria estatal caótica como la nuestra.

Los parias, por supuesto, son ya legión en España. Se calcula que alrededor de 200.000 ancianos viven en nuestras calles, al raso. Muchos de ellos, enfermos terminales, tienen familia. La droga vuelve a ganar el terreno perdido en los años 90, mientras que la prostitución adquiere la camuflada forma de todas las crisis. Miles de jóvenes han perdido el aliento vital de una vida mínimamente aprovechada y en las familias se levanta una inexpugnable barrera de hielo. No hay consuelo político para ellos.

El panorama social en España se está haciendo más y más denigrante. Ningún político, ningún sindicalista, ningún banquero hace nada por evitarles tanta penuria física y mental. Nunca un hombre del pueblo se había causado tanto daño. No basta con hablar de una regeneración de la vida española mientras nuestros banqueros y muchos de los actuales representantes estatales estén tan corrompidos y aún así continúen en sus cargos. La idea primordial que debe prevalecer frente a la crisis del sistema es que no hay solución dentro del sistema. Tal vez nos estemos dando cuenta ahora de que el libertinaje es incompatible con la plena responsabilidad. Trabajar para reforzar los lazos familiares y acentuar el papel de los padres se ha considerado contrario a la corrección política dictada por unos pocos. La efectividad de este sistema tan putrefacto proviene del engaño, la manipulación y la negación del papel supremo de la dignidad humana. ¿Acaso alguien puede creer que con tales mimbres la canasta de nuestra recuperación podría resistir el peso de frutos que no estén podridos?