POR; Jaime Navarro
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Del revolucionario ‘prohibido prohibir’ a esta sociedad que se dice hipermoderna, media un mundo de libertades cercenadas, de conductas reprimidas, con la sempiterna excusa de nuestro propio e impuesto bien. No hay autoridad que no se sienta en el deber de privarnos de algo, de truncar año tras año alguna tradición, a mayor gloria de su supuesta inteligencia.
Exponentes los hay a cientos. Pero hoy voy a referirme concretamente a tres que han sido protagonistas en las últimas horas de ‘júbilo’ vividas durante las pasadas fiestas navideñas. De entrada, un clásico: cada vez resulta más difícil divertirse en la primera madrugada del año en Madrid, donde miles de restaurantes, salas de fiestas y discotecas del centro se han quedado sin permiso para ampliar el horario de cierre. Sea porque se hallan en la Zona de Protección Acústica Especial (ZPAE) -el 61 por ciento de los establecimientos de la capital-, sea por múltiples y variados escollos administrativos, a las 2.30 todo ‘quisque a la piltra’. Poco importa que se trate de una fecha clave para la economía de estos negocios y aún menos que implique un auténtico desaire para los turistas; nada, ni siquiera que con eso se pierdan horas de un trabajo que no sobra. En ocasión tan señalada, a la eminencia de turno se le ha metido en la sesera encamar pronto a sus súbditos.
El segundo tema no es de aquí, aunque sin duda terminará siéndolo: un buen puñado de ciudades italianas han prohibido el uso de fuegos artificiales en la Nochevieja. Las razones son tan dispares como insólitas: desde la contaminación ambiental hasta problemas de seguridad, pasando, en la mayoría, por la presunta protección de la salud de los animales. Así, calladitos, no vaya a ser que el ‘chucho’ se estrese y no podamos disfrutar de la alegría festiva.
El último caso, rompedor y otra vez madrileño, esta relacionado con las cabalgatas de Reyes Magos, tras decretarse por la ‘autoridad competente’ que las comitivas reales que pasasen por aquellas calles donde no hubiera vallas no podrían lanzar caramelos al público. Según los ‘acólitos’ de la Botella, eso era peligrosísimo, es decir, una actividad de alto riesgo que ellos no estaban dispuestos a asumir. Desde luego, si la memez cotizara en Bolsa, nos saldríamos. Vale que hayan de extremarse las precauciones, pero la solución jamás puede consistir en defraudar la ilusión de los críos.
A la postre, no sé de qué me asombro. Ya queda menos para que la Dirección General de Tráfico (DGT) y la extinta Dirección General de Seguridad (DGS) se igualen históricamente en eficacia represora. A ver lo próximo que se les ocurre. Por complicado que nos parezca, su avance en la escala de lo absurdo -puritanismo y mala baba nos les faltan- estoy seguro de que acabarán lográndolo.