Opinión

Larga vida al papel impreso

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Me gusta utilizar tabletas y otros dispositivos digitales para leer, pero ello no significa que me haya desenganchado del papel. El papel y yo seguimos indisolublemente unidos, al menos hasta que uno de los dos desaparezca. Probablemente yo. El papel, al que tanto debo, me cae cada vez más simpático contando con que la simpatía viene de lejos. No en vano durante años al único templo al que he rendido culto es al quiosco. Ahora, lamentablemente, los quioscos empiezan a escasear en algunas ciudades. Sobre ellos se cierne la misma amenaza que sobre los periódicos, su última razón de ser. La amenaza es el despego a leer. Evidentemente hay una crisis del papel que coincide con una época de cambios tecnológicos en el mundo de la comunicación; sin embargo el verdadero peligro para la letra impresa y cualquier otro tipo de letra es la falta de lectores. La sociedad ha dejado a un lado el interés por informarse o leer más de la cuenta; lo que realmente prima es el afán o la obsesión de permanecer conectados. La búsqueda de información y el oficio de contar historias han pasado a un segundo plano; lo importante es el blablablá en internet. Y para mantenerse en la primera frontera del blablablá no hace falta profundizar demasiado en las noticias, las historias o los análisis. Sobran cuatro o cinco pinceladas de cualquier cosa para explicarse en los 145 caracteres de un ‘tuit’. No merece la pena insistir en el clásico dilema entre lo que interesa y lo que debería interesar, cuando lo que impera es la urgencia del mensaje comprimido y tantas veces mal redactado. No hemos perdido la afición a razonar y arreglar el mundo en el bar, solo a que en la barra todo resulta más normal.