Opinión

El espíritu de la Constitución

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Estos días que celebramos el 35 aniversario de la Constitución de 1978, se oyen voces que la critican por ser una concesión vergonzosa al franquismo moribundo, y en consecuencia -cito de carrerilla- por ser un escollo para la profundización democrática, o una humillante bajada de pantalones de la izquierda, o una imposición de los poderes fácticos del franquismo, o una traición a varias décadas de lucha obrera o un apaño seudo-democrático de unos políticos venales y no sé cuántas cosas más que he leído por ahí (Google es muy útil para estas cosas).

Por lo visto, muy poca gente valora lo que tuvo la Constitución de hecho excepcional en nuestra historia, porque significó un gran acuerdo entre adversarios seculares que años antes habían combatido con las armas en la mano. Se mire por donde se mire, la Constitución del 78 representa la única ocasión histórica en que los grupos políticos opuestos optaron por tender puentes entre sí en vez de volarlos, así que tomaron la asombrosa decisión de captar los puntos de vista del contrario. Y si la Constitución no satisfizo a nadie en concreto -como ha dicho uno de sus redactores, -Miguel Roca y Junyent-, fue porque todo el mundo tuvo que hacer concesiones parciales para alcanzar un objeto común. Y eso, insisto, ha sido algo excepcional entre nosotros.

Por supuesto que la Constitución tiene muchos puntos mejorables, claro que sí. Y por supuesto que los más jóvenes se sienten alejados de ella, primero porque no pudieron votarla en su momento, y segundo porque no pueden valorar en qué condiciones fue concebida y redactada.

Ya casi nadie recuerda la guerra civil, pero ese recuerdo estaba muy presente entre los redactores de la Constitución y gracias a ello fue posible el acuerdo. Dos de sus redactores -Manuel Fraga y Santiago Carrillo-, habían pertenecido a los dos bandos enfrentados en la guerra civil, y los demás redactores de la misma habían sido niños durante la contienda civil o la inmediata posguerra y por tanto conocían muy bien las circunstancias en que habían ocurrido los hechos. Ahora ya casi no quedan testigos directos de la guerra, y los que hablan pueden hablar de oídas o impulsados por una especie de belicismo retroactivo -el belicismo que nace del resentimiento o del fanatismo-, pero los que de verdad vivieron la guerra o sus consecuencias inmediatas tomaron un día la resolución de que aquello no volviera a suceder. Y este fue, precisamente, el espíritu que hizo posible la Constitución de 1978. Un espíritu que algunos llaman cobarde, pero que no era cobarde, sino precavido y escarmentado. Lógicamente nadie quería repetir los mismos errores políticos.