César Valdeolmillos
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Hace unos días, cuando me recogía, cuando ya había caído el sol y el frío se hacía sentir con crudeza, vi cómo una familia entera se había refugiado en el vestíbulo de los cajeros automáticos de una entidad bancaria para pasar la noche al resguardo de gélida helada que el frío reinante ya hacía presentir.
Por su aspecto no eran mendigos habituales, pero sí eran indigentes. El matrimonio aparentaba tener alrededor de los 50 años y les acompañaba un hijo de edad adolescente. He de confesar que aquel ‘aguafuerte’ fue para mí una puñalada en el corazón. En la mirada del hombre encontré dignidad. En la de la mujer, tristeza y resignación. En la del que supongo era su hijo, miedo y desconcierto ante una situación nunca imaginada.
¡Cuántas ilusiones de juventud truncadas! ¡Cuántos proyectos rotos había en aquellas miradas!
Lo primero que me pregunté a mí mismo, era si aquellos dos seres que un día se unieron con la intención de conquistar el mundo, dada su edad y la podrida situación en la que la indignidad de aquellos que ocupan o han ocupado el poder nos han postrado, podrían levantarse y mirar con esperanza un nuevo amanecer.
Nos hemos acostumbrado a escuchar que hay tantos millones de parados; que hay mucha gente que está viviendo por debajo del umbral de la pobreza. Nos hemos acostumbrado a escuchar hablar de cifras, de estadísticas, como si hablásemos de lo que ha subido o bajado la venta de un producto o de las víctimas habidas en la carretera en un fin de semana. Pero cuando se contempla directamente el drama en la mirada de uno solo de esos desafortunados, esa mirada que es como un puñal que se clava en lo más profundo del corazón, se hace imposible contemplarla con la frialdad y la lejanía de unas simples cifras estadísticas. Es la mirada de un naufragio, de una vida malograda, de una derrota. Es la quiebra total de una existencia, frente a la injusticia, la corrupción, la ineficacia y el sucio y vil comportamiento de la ‘casta’ política que tanta humillación e infortunio nos ha proporcionado.
Yo he visto a matrimonios desesperados buscar sobras de comida entre las bolsas de basura y a las puertas de los supermercados. La ansiedad se reflejaba en sus rostros y uno piensa que detrás de esa dramática escena hay unas pobres criaturas inocentes esperando... esperando algo que algunos no se lo darían ni a su perro.
Los españoles con un mínimo de humanidad sentimos indignación y asco ante aquellos que se preocuparon con tanto celo de proteger los animales, mientras que dilapidando y robando nuestro dinero, hundían en la miseria a millones de familias. Resulta incomprensible tanta maldad y tanto comportamiento indigno e indignante. Resulta incomprensible el grado de insensibilidad que constituye para nuestros poderes públicos, el hundimiento de tantísimas familias. Resulta incomprensible que haya quien siga defendiendo y apoyando, a quien sin razón y sin excusa, nos ha destrozado la vida.
¿Cómo podemos hacer de estas situación un ‘mocho’ estadístico, acríticamente, al por mayor, cuando cada una de las víctimas del perverso comportamiento de los sucios poderes públicos españoles, es un drama personal con nombre y apellidos?
Los medios de comunicación, nos presentan a diario, como si fuera lo más natural, dramas y horrores inconmensurables. Dramas que está escribiendo la historia de nuestros días, como en su momento la escribieron Hitler, Stalin, Mao, Castro y muchos otros más próximos a nosotros, que con nombre y apellidos deberían formar parte de una pintura maldita que jamás podría olvidarse, porque de seguir siendo todo como hasta ahora, tendríamos motivos más que sobrados para pensar que era cierta la sentencia de Shakespeare cuando afirmó que: “La vida es un cuento absurdo, contado por un idiota sin gracia, lleno re ruido y furia”.